Para Funes, la Revolución se había "producido por el mismo curso de los sucesos",[1] y en su descripción usó metáforas vinculadas con fenómenos naturales para dar a entender que el proceso revolucionario estaba fuera de la voluntad y la acción humana.
En el mismo sentido, Alberdi señaló mucho después que una revolución "se hace a veces sin revolucionarios, por la simple necesidad de las cosas, que interesan a la mejora y el bienestar social".
De inmediato surgieron dificultades para definir no solo los nombres, sino los criterios para determinarlos.
Alberdi también se refirió a los relatos biográficos y testimoniales que pretendían colocar a los protagonistas como activos y decisivos participantes: "No se ha de olvidar tampoco la monomanía de la iniciativa [sic] que, en 1810, lo mismo que hoy, hacía que cada recluta se considerase principal actor y agente indispensable.
Esto colocó en un segundo plano el énfasis que hasta entonces se había dado a la crisis imperial como factor principal, ya que, por su carácter contingente, dificultaba la interpretación de la Revolución como la manifestación de una conciencia nacional.
Para Mitre, este sujeto revolucionario tenía dos características, en primer lugar, el apoyo del pueblo lo que implicaba que estos luchaban junto a la elite por la misma causa y, en segundo lugar, que esta elite había logrado su maduración ideológica en la época tardo colonial a la cual definía como menos opresiva y limitante de lo que se había afirmado hasta entonces.
[6] Mitre reforzó estas contradictorias explicaciones, recurriendo nuevamente a las metáforas relacionadas con fenómenos naturales y a las "miras inescrutables de la Providencia" o la "astucia de la historia" que volvían con cierta fatalidad los sucesos desfavorables en favorables.