El campeón fue Carlos Sainz, que obtenía su segundo título a bordo de un Toyota Celica Turbo 4WD.
Max Mosley como nuevo presidente de la FIA introdujo ese año varias novedades en el campeonato mundial.
Esa situación produjo una paradoja: Didier Auriol que ese año batió el récord de victorias en un año, seis, solo pudo ser tercero, mientras que Sainz con solo cuatro se llevó el título, donde la regularidad fue la clave.
Esta vez sin embargo los Celica no estuvieron a la altura que acusaron problemas de motor y suspensiones.
[2] Con todo, Sainz se situó líder tras Córcega, ya que Kankkunen no había acudido a la cita y amplió su ventaja en diez puntos frente al finlandés.
En la prueba destacó la actuación de McRae que finalizó cuarto y marcó once scratch con el Legacy.
[5] Tras la prueba italiana se disputó el Costa de Marfil, donde ganó el japonés Kanjiro Shinozuka, que ya había vencido el año anterior con un Mitsubishi Galant.
A pesar de la remontada posterior solo pudo finalizar décimo, situación que lo colocaba tercero en la general del mundial.
La diferencia entre los tres era, por tanto, mínima y el que quedara por delante de los otros dos se coronaría campeón.