Entre el 6 de noviembre y 9 de noviembre del año 1826, un fuerte temporal afectó a las islas Canarias.
Se ha verificado que este suceso puede calificarse como ciclón tropical y, puesto que en la época del evento a las tormentas se las denominaba por el santoral, se lo podría nombrar como huracán o tormenta de San Florencio.
El viento y el agua atacó con gran virulencia el Valle de La Orotava, así como otras localidades de Tenerife y Gran Canaria.
En el 2010 se publicó en la revista científica sueca Geografiska Annaler Series A- Phisical Geography un artículo firmado por dos investigadores de la Universidad de La Laguna en el que se considera a este temporal como el peor evento meteorológico de la historia del archipiélago canario.
A ello se suman los daños causados en los montes de las islas, en la agricultura, con pérdidas de suelo que pudieron superar el 30 % en algunas áreas, y en cabezas de ganado de todo tipo.