Hasta entonces miles de personas estuvieron a la intemperie en condiciones antisanitarias tremendas.
[3] Aleksandr Makovski en sus memorias atestigua: "Por cualquier inadvertencia daban bayonetazos hasta la muerte.
Cada mañana junto a las barracas se encontraba unos cadáveres ensangrentados".
[2] Basilio Vávrik, un exprisionero del campo de concentración, escribe: "La muerte natural en Talergof era una cosa rara - allí se implantaba por el veneno de males contagiosas.
No había ningún habla de tratamiento médico"; "Nadie escuchaba sus llantos, nadie prestaba atención a su martirio; a la vez todos guardianes, todos los celadores, cada alemán y no sólo alemán, sino cualquiera que deseara, cada soldado podía mofarse de ellos de un modo más salvaje y cruel".