Su corto reinado se caracterizó por la dependencia hacia los benimerines.
Fue un monarca pacífico, favorecedor de las artes y las ciencias.
Casi en el mismo momento de subir al trono, tuvo que hacer frente a una insurrección en la propia capital, capitaneada por su ambicioso hijo menor, el futuro Muhámmad VII.
La facción más extremista de la población así lo exigía, y el monarca tuvo que emprender una incursión en el reino de Murcia.
Pese a sus medidas tendentes a impedir que le destronaran (encarcelamiento y muerte de algunos familiares y personajes de la corte), probablemente murió envenenado.