[1][2] Sus centros más importantes y todavía activos fueron Llamas del Mouro, Miranda y Faro, a ellos se podría añadir San Miguel de Ceceda, cuya labor alfarera desapareció a comienzos del siglo xx.
La tradición alfarera queda documentada en el Archivo Notarial de Oviedo, ya mediado el siglo xvii.
[8] Entre las formas o piezas más representativas pueden citarse: las escudillas «decoradas en verde y amarillo sobre baño blanco»,; las fuentes, casi semiesféricas y cuya misteriosa característica es la circunstancia de que en ellas no aparezca la popular ‘paxara’ distintiva y endémica de la decoración cerámica asturiana;[8] las almofías, platos de 20 a 30 cm de diámetro, casi siempre ambientadas con el pájaro-pez (‘paxara’), como en los platos llanos pequeños; las aceiteras y el ‘barbón’ de tres asas y criba en la embocadura.
Si bien quizá el documento más conocido y trascendente es el relato del ilustrado Jovellanos en sus Diarios.
[d] También se censa la industria del «barro negro» en Miranda en el Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal publicado por Sebastián Miñano en 1826.
Entre las piezas alfareras tradicionales de la alfarería negra asturiana pueden citarse: la escudilla –utilizada como tazón–; la quesera; cazuelas y pucheros para cocinar; la jarra con su típica panza bruñida verticalmente; la “botía”, para batir manteca; la cántara, usada como orza para conservar la matanza del cerdo; el botijo, diseñado como botija de carro o cantimplora para transportar el agua («con un colador en la boca y un guijarro en su interior para facilitar su limpieza»).
Destaca la fundada en 1781 por Díaz Valdés y un súbdito inglés nombrado como Mr.