En 1638, Zurbarán pintó —para el Monasterio de Guadalupe— la Misa del padre Cabañuelas, demostrando su destreza pictórica a aquella institución.
La presente pintura relata la recompensa obtenida por san Jerónimo, tras haber superado las tentaciones intelectuales y carnales descritas en los otros dos cuadros.
[4] Aunque Zurbarán repite en este lienzo posturas y actitudes empleadas en obras anteriores, consigue una obra novedosa.
Su escasa cabellera canosa y la barba casi blanca, contribuyen a la expresión extática de su rostro.
El pintor representa aquí pequeños rostros de angelitos y —en la cumbre del eje central— la Santísima Trinidad dialogando con el santo.