De hecho, casi todas las primeros poblados fundados por los portugueses contaban con muros, empalizadas, baluartes y puertas que controlaban el acceso al interior.
En Río, por ejemplo, muchos monasterios e iglesias fueron construidos sobre morros, con sus fachadas vueltas hacia el mar, ofreciendo un magnífico escenario a los viajeros que se adentraban en la Bahía de la Guanabara.
La relación privilegiada entre topografía e iglesias también es marcada en las ciudades mineras, especialmente Ouro Preto y en el Santuario de Congonhas.
[5] En Minas Generales, donde el Ciclo del Oro favoreció el rápido crecimiento de villas en terrenos accidentados sin ninguna planificación, también hubo algunas importantes intervenciones urbanísticas.
El muelle de la plaza ganaría más tarde una monumental fuente proyectada por Valentim da Fonseca e Silva y terminado en 1789.
Más tarde, con la llegada de la Familia Real Portuguesa en 1808, Río ganó aún el Jardín Botánico, el primero en Brasil colonia.
En 1735, se creó un Aula en Río de Janeiro, en la cual el ya citado Pinto Alpoim fue el primer profesor.
En los primeros tiempos, las coberturas de las casas eran hechas simplemente con paja, como las cuevas indígenas, lo que aún subsiste en áreas rurales.
[13][14] Desde el siglo XVI, los jesuitas construyeron iglesias y colegios en regiones aisladas para promover la conversión de los indígenas al Cristianismo.
La entrada de la iglesia está precedida por una galilea formada por cinco arcos, con dos pisos superiores escalonados flanqueados por volutas.
Frente a los conventos, un amplio atrio con un crucero aumentaba la imponencia e importancia urbanística del conjunto.
[23] Esas iglesias poseen nave única con cúpula sobre el transepto, un modelo arquitectónico poco utilizado en Brasil colonial.
Los interiores de las iglesias coloniales deben ser vistos no sólo en términos arquitectónicos pero también decorativos, pues los ambientes internos eran muchas veces definidos por la armoniosa interacción entre talla dorada, pintura y azulejos, típica del arte portugués.
Ese estilo se caracteriza por los retablos formados por arcos concéntricos de densa carga escultórica, con motivos vegetalistas y ángeles, muchas veces sostenidos por columnas salomónicas.
En todo el Brasil colonia, no llegan a veinte el número de iglesias con plantas barrocas que se alejan del esquema suelo tradicional.
En las demás iglesias del siglo XVIII, el estilo barroco quedó restringido a los motivos decorativos de fachadas e interiores, con muchos ejemplares por todo el Brasil.
Ese estilo estuvo fuertemente influenciado por el barroco romano, favorecido por la corte lisboeta desde el reinado de Juan V (1707-1750).
[28] En Brasil, el estilo pombalino se reflejó especialmente en Belén del Pará y Río de Janeiro, que eran ciudades administrativas importantes en constante contacto con la metrópoli.
[26] En Minas Generales, el Ciclo del Oro favoreció la actividad constructora durante todo el siglo XVIII, dando origen a algunos de los más interesantes monumentos arquitectónicos coloniales brasileños.
Como en otras regiones, casi todas las iglesias fueron construidas siguiendo plantas manieristas chãs, como por ejemplo la Catedral de Mariana, construida en la primera mitad del siglo XVIII, que además de la planta rectangular tiene una fachada bidimensional con frontón triangular, recordando los templos jesuitas del siglo anterior.
La fachada es ondulada y posee una cornisa de forma semicircular, que engloba un lóbulo trilobulado típico del rococó.
El cuerpo central de la fachada y las torres retrasadas están separadas por un segmento cóncavo, creando un bello efecto tridimensional.
El cuerpo central de la fachada está delimitada por dos columnas que sostienen parte del frontón, también con movimiento rotativo.
Para completar, la parte superior de la fachada contiene un magnífico altorrelieve que muestra a San Francisco arrodillado recibiendo las llagas.
El conjunto paisajístico formado por la iglesia, atrio con profetas y capillas es de gran expresividad, sin paralelo en la colonia.
En Salvador, los edificios administrativos construidos en el siglo XVI en la plaza principal fueron después sustituidos por otros en cantería.
Se caracteriza por la galería porticada en la planta baja y la alta torre central, que influenciaría otras cámaras construidas en Bahía colonial.
En las villas y ciudades gran parte de las residencias era de un solo piso, mientras las más nobles podían tener un segundo pavimento -siendo entonces llamadas sobrados- o incluso más, pudiendo alcanzar cuatro pisos en algunos centros importantes, como Salvador, San Luís y Recife.
Este palacio, también decorado con grandiosas portadas de Lioz, fue el primero e Brasil en presentar ventanas con viga superior curva, que inmediatamente después sería muy común por toda la colonia.
La armonía es buscada usando los motivos clásicos: pórticos con columnatas, uso de las órdenes griegas, simetría en la composición, regularidad en las aperturas y frontones triangulares.