Esta primera rebelión nobiliaria se amplió posteriormente con la inclusión en la Unión de las principales ciudades aragonesas y, en especial, la ciudad de Zaragoza, capital del Reino.
Los nobles decidieron jurar de nuevo la Unión en apoyo del infante, movimiento al que pronto se sumó la mayoría de los municipios, incluyendo la capital.
Al mismo tiempo, en el propio Reino de Valencia se organizó también otra Unión similar a la aragonesa.
En un primer momento Pedro IV procuró solucionar el enfrentamiento recurriendo a la diplomacia: convocó Cortes en Zaragoza y en ellas concedió la revocación de su decisión y se avino a confirmar los Privilegios de la Unión de 1287, no sin haber declarado antes en secreto que todas las mercedes que concediera quedaban sin efecto por haberlas tenido que hacer contra su voluntad.
Por su parte, Lope de Luna comprendió igualmente que si los unionistas tomaban Épila él mismo se vería bloqueado e imposibilitado de recibir el apoyo del rey.
Rechazado el primer asalto, los unionistas se dedicaron a quemar las mieses y los arrabales intentando de esa manera forzar un enfrentamiento en campo abierto, que no llegó a producirse.
A continuación Pedro IV mando convocar Cortes en Zaragoza y concedió el título de Conde de Luna a Lope de Luna, el primer noble en Aragón en obtener este título sin pertenecer a la casa real.
Sin embargo, al mismo tiempo el rey amplió los poderes del Justicia de Aragón para mediar en los conflictos entre los aragoneses y el monarca, de manera que, en realidad, buena parte de los derechos que los nobles se habían atribuido en la Unión, quedaban salvaguardados en la figura del Justicia y ampliados a todos los aragoneses.