El dominio inicial del mar Cantábrico correspondió a la pequeña flota del bando sublevado (el crucero Almirante Cervera, el acorazado España y el destructor Velasco, a los que se sumaron bous artillados que en el otoño ya formaban una flotilla integrada por 19 unidades, todas ellas al mando de oficiales del Cuerpo General de la Armada) cuyas primeras misiones fueron bombardear la costa para apoyar a las fuerzas rebeldes en tierra, sobre todo a las que estaban cercadas en el cuartel de Loyola en San Sebastián y en el cuartel de Simancas en Gijón, y cuando cayeron éstos en poder de las fuerzas leales, bombardearon objetivos estratégicos (como los depósitos de petróleo de Santurce incendiados por el Velasco), y apoyaron la campaña de Guipúzcoa dirigida por el general Mola que en la primera quincena de septiembre consiguió tomar Irún y San Sebastián, cortando así la comunicación de la zona norte republicana con Francia.
También parece que fueron saboteados los torpedos pues cuando el submarino C-5 al mando del capitán de corbeta Remigio Verdía, el único comandante de los submarinos totalmente leal al gobierno, tuvo a tiro al acorazado España el torpedo que le lanzó no explotó.
"Pero los gubernamentales, aunque liberaron su propio comercio, no hicieron nada para conseguir el dominio de las comunicaciones enemigas, porque no se interrumpió la llegada constante de material desde Alemania que ahora tenía la ruta a Sevilla más o menos libre.
Mientras tanto los barcos del bando sublevado (el acorazado España, el destructor Velasco, tres mercantes artillados y las flotillas de bous armados con base en puertos gallegos y en Pasajes) eran dueños del Cantábrico y controlaban los accesos a los puertos republicanos de la franja norte apresando a voluntad los barcos mercantes que se dirigían a ellos.
Seguramente la desaparición fue provocada por su comandante, el capitán de corbeta José Lara Dorda, adicto a la "causa nacional".
El buque fue incautado y rebautizado como Castillo Peñafiel, inaugurando así una serie de siete barcos soviéticos capturados por los sublevados y cuyo nombre fue cambiado en la serie de los Castillos.
"El caso del Palos terminó, pues, reforzando la postura alemana -y también inglesa- de no consentir que ni republicanos ni sublevados obstruyesen sus barcos mientras éstos se encontrasen fuera del límite de las aguas territoriales".