Carta constitucional de 1830

El discurso que pronuncia es obra suya, pero ha sido revisado por Guizot y Dupin.

[nota 2]​ Ninguna de estas reformas, ni siquiera la última, suponía en sentido estricto una revisión constitucional.

Los derechos a los que había dado lugar han dejado de existir.

El alcance político de este debate se resume en un breve intercambio entre Guizot y Bérard el 6 de agosto, poco antes de entrar a la sesión en la Cámara: – Vous avez le plus grand tort, répond Guizot, on ne vous le pardonnera pas.

– Je ne sais si on me le pardonnera, mais ce que je sais, c'est que, grâce à moi, on montera sur un trône dont, avec votre manière de faire, on aurait pu être exclu pour toujours.» (–Usted había querido, dijo Bérard, jugar a la legitimidad; yo he profundizado en la verdad jugando a la usurpación.

– Está usted cometiendo un error, respondió Guizot, no se le perdonará.

Una vez terminado el consejo, los ministros dicen a Bérard que será llamado allí cuando se delibere acerca de la revisión.

Va a durar dos días, mientras los manifestantes republicanos rodean el Palacio Borbón, contenidos con dificultad por La Fayette y Benjamin Constant.

El 7 por la tarde, tras notificar su voto a la Cámara de los Pares, los diputados, dirigidos por su vicepresidente, Jacques Laffitte,[nota 11]​ acuden al Palais-Royal.

¡Viva la familia real!» Luis Felipe abraza a Laffitte, La Fayette le estrecha el brazo.

Por primera vez se admite la responsabilidad del gobierno ante la Cámara de los Diputados.

Según Thiers, es por haber querido gobernar contra la Cámara que Carlos X se ha salido de la Carta y ha sido derrocado, y es el objeto mismo del nuevo régimen evitar que se reproduzca esta situación: «Hacía falta un nuevo rey, que se considerase como parte vinculada del contrato, que admitiera el gran principio de deferencia a los deseos de la mayoría».

[15]​ El parecer de la derecha está unido con la inclinación profunda de Luis Felipe: negándose a ser un «un rey florero»,[nota 14]​ quiere ejercer una influencia preponderante sobre la dirección del gobierno, y no dejarse imponer sus ministros.

Como explica Pellegrino Rossi, portavoz oficioso del rey en el seno de la Universidad: «La realeza, en nuestro sistema constitucional, es el centro entorno al que se coordinan todos los poderes para formar un solo todo [...] Es en el elemento monárquico que se deposita el principio de unidad que mantiene unidas las tres partes de la máquina gubernamental: la monarquía tiene una parte en las tres ramas del poder [...] No es completamente extraña a ninguno de los grandes poderes del Estado».

[18]​[17]​ Para Luis Felipe, los ministros deben ser ejecutantes dóciles de la voluntad real: «Por mucho que hagan», le gusta decir, «no me impedirán conducir mi coche».

Algunas veces tengo buenos caballos, y el viaje es cómodo; pero llego a un relevo en el que estoy obligado a tomar caballos fogosos o repropios; es necesario hacer la ruta y, después de todo, es solo un relevo».

Cuando Casimir Perier muere de cólera en mayo de 1832, pronuncia estas significativas palabras: «Por mucho que yo hiciera [...] todo lo bueno que se hacía se trabuía a Casimir Perier, y los incidentes desafortunados recaían sobre mí; hoy, al menos, se verá que soy yo quien reina solo, completamente solo».

No obstante, el espíritu de la época no puede estar satisfecho con una práctica demasiado monárquica de las instituciones: Este conflicto entre los diputados y el rey ocupa los diez primeros años del reinado.

Se ve avivado por el temperamento de Luis Felipe, maniobrero hábil, que quiere gobernar y preservar sus márgenes de iniciativa,[nota 17]​ sobre todo en lo que respecta a las políticas extranjera[nota 18]​ y de defensa, materias que considera su «dominio reservado».

Los presidentes del Consejo fuertes – Jacques Laffitte, Casimir Perier, el Duque de Broglie– no tienen la confianza del rey, que sospecha que quieren desposeerlo de sus prerrogativas.

Es entonces cuando François Guizot se convierte en el auténtico jefe del ministerio y forma un tandem eficaz con Luis Felipe.

Pero esta estabilidad ministerial, que contrasta con la inestabilidad de los diez primeros años y efectúa, según la fórmula de Prévost-Paradol, «una soldadura peligrosa entre el elemento fijo y el elemento móvil del régimen parlamentario», no puede disimular una objeción creciente sobre la legitimidad misma del régimen, que se cristaliza en torno a la cuestión de la ampliación del sufragio, y que terminará por acabar con la Monarquía de Julio en 1848.

El gobierno de Guizot es, sin duda, una emanación del «país legal», pero se amplía la distancia entre este y el «país real», irritado contra las leyes electorales, que restringen de manera excesiva la capacidad de sufragio, reservado a una élite cada vez menos representativa.

La izquierda realiza, por lo tanto, dos reivindicaciones principales: Ni hablar todavía del sufragio universal, aunque algunos francotiradores –un independiente, como Alphonse de Lamartine; un polemista, como Louis Marie de Lahaye Cormenin; un legitimista temerario, como el abad de Genoude– sacaron adelante la idea sin creer posible su realización a medio plazo.

Escudo de armas de la monarquía de Julio a partir del 16 de febrero de 1831: la Carta de 1830 aparece al centro