Sin embargo, esta medida se encontró con una creciente oposición en los Países Bajos.
Desde este lugar Felipe realizaba sus tareas de gobierno y toda la burocracia administrativa que conllevaba con una numerosa correspondencia.
La respuesta de Felipe II fue tajante: las leyes contra la herejía se mantendría sin cambios, los inquisidores proseguirían con su labor y todos los herejes capturados deberían ser ejecutados.
[1][2] Estas cartas que llegan a Bruselas a principios de noviembre no hicieron más que empeorar la situación en los Países Bajos.
[2] En la audiencia concedida a ambos, Felipe II rechazó sus peticiones aunque en su carta del 31 de julio se avino a atender algunas de las concesiones recomendadas por Margarita, pero pocos días después se retractó de dichas concesiones y mantuvo su política represiva.