El templo conventual consta ya concluido en 1671, fecha en que es solemnemente consagrado; y en 1677, año del fallecimiento del cardenal Pascual de Aragón, su mecenas, están prácticamente terminadas las obras de las dependencias conventuales.
[1] Aunque el crucero de la iglesia, en su desarrollo lateral, sobresale ligeramente en planta, no puede hablarse de cruz latina; aquella es rectangular, de una sola nave dividida en tres tramos: El mencionado crucero, la capilla mayor y el coro, en alto, a los pies, sobre amplio arco rebajado.
Sobre un zócalo de sillería se dispone el límpido y desornamentado alzado interior, todo jaharrado, articulado mediante pilastras toscanas que, prolongadas sobre el liso friso, alcanzan a los capiteles situados directamente bajo las cornisas.
Apurada sencillez y marcada desornamentación son los criterios manejados en todo el interior.
Cada uno de los detalles que configuran este espacio arquitectónico está ejecutado con una ponderación, una exquisitez y un acabado final que sorprenden; fruto, todo ello, de una mesurada proporción y equilibrio.