Según el canciller López de Ayala, el monarca había proyectado abdicar en su hijo, Enrique, y así se lo comunicó a su consejo, que lo disuadió de sus pretensiones.
[3] Así mismo, los procuradores se quejaron de que «las Iglesias del Regno eran mal servidas» por los numerosos clérigos extranjeros que estaban a su cargo.
En su consecuencia, solicitaban «omes Clérigos naturales, e suficientes personas para servir».
[2] La protesta se saldó con el envío de embajadores a Roma para exigir al Papa que los beneficios eclesiásticos fueran concedidos a los castellanos.
[3] Tras la reunión de las Cortes, Juan I se desplazó hasta Brihuega.