San Jerónimo, al comentar este pasaje, distingue entre ser "santos" y estar "sin mancha" de la siguiente forma:[17]
[19] La santidad para la que los hombres han sido elegidos se hace posible a través de Cristo:
Dios muestra su amor por el pueblo de Israel tratándolo como un padre a su hijo, como se refleja en Oseas 11,1: Cuando Israel era niño, Yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo.
Esta relación era una metáfora que representaba el cuidado paternal de Dios hacia Israel.
Esta adopción es parte del plan eterno de Dios, quien, por puro amor misericordioso, nos llama a compartir su vida divina como hijos verdaderos.
Sin embargo, esta liberación fue solo un anticipo de lo que Cristo realizaría en su plenitud.
Cristo no solo libera a su pueblo de una situación temporal, sino que lo redime para siempre, ofreciéndole la vida eterna mediante su sangre derramada en la cruz.
Jesucristo, mediante su sangre derramada en la cruz, ha rescatado a la humanidad de la servidumbre del pecado:[24]
Comienza con la elección (1,4), continúa con la invitación a convertirse en hijos adoptivos (1,5-6), avanza hacia la redención (1,7-8) y culmina con la reunificación de todo en Cristo (v.
Aunque este deseo podía estar influido por las corrientes doctrinales y culturales de su tiempo, en sí mismo era algo positivo.
Este conocimiento del misterio de Cristo es clave, ya que proporciona un fundamento firme para la esperanza (v.