La forma más común empleada fue arrojando cadáveres putrefactos (tanto humanos como de animales) a los pozos.
Acusaciones similares se les imputaron a coreanos viviendo en Japón tras el Gran terremoto de Kantō.
Algunas religiones tienen leyes que condenan tales tácticas de tierra quemada; la más notable es el Islam, que en sus escrituras, establece que los cuerpos de agua no pueden ser envenenados incluso durante una batalla y a los enemigos se les debe permitir el acceso al agua.
A pesar del vago conocimiento de la manera en como las enfermedades pueden expandirse, los virus y bacterias eran desconocidas en los tiempos medievales, y la realidad de las enfermedades no podían ser científicamente explicadas.
Estos ataques disminuyeron después del periodo de la peste negra, aunque, resalta el historiador Walter Laqueur, tales sospechas se convirtieron en parte del antisemitismo.