Estas tensiones se vieron fortalecidas por sucesos como la Revolución Cubana o las dictaduras militares en países latinoamericanos durante las décadas de 1970 y 1980.
[4] Cronológicamente, la Guerra Fría Cultural latinoamericana puede ser divida en tres etapas, aunque estas pueden variar de acuerdo a los contextos nacionales y locales.
[5] Otra causa fue la ubicación geográfica del continente americano y su importancia geopolítica para los participantes en el conflicto.
Sin embargo, ante las emergentes amenazas que representaron las posturas emanadas desde la Unión Soviética y Cuba, las cuales lograron un importante apoyo de intelectuales latinoamericanos, los estadounidenses se vieron en la necesidad de actuar, pero sin lograr una total hegemonía política y cultural sobre el continente.
Estos organismos defendieron intereses propios, y en ocasiones rompieron con las dinámicas bipolares de la Guerra Fría.
Autores como Olga Glondys, Marina Franco, Benedetta Calandra, y Patrick Iber, comenzaron a interpretar de diferente modo lo que se entendía por Guerra Fría Cultural en América Latina.
Sin importar su procedencia ideológica –liberales, socialistas moderados, reformistas, trotskistas, nacionalistas, comunistas, etc.— o su postura política –ya fuesen de derecha o izquierda—, la Revolución Cubana vino a trastocar la forma en que los intelectuales se desempeñaban en la esfera pública latinoamericana.
Esto provocó una reacción por parte de diversos Estados capitalistas, que temían una rápida expansión del comunismo a nivel global, y que llevó a aplicar diversas medidas tanto en política interna como externa.
Esta interpretación ha sido ajustada a diversos contextos y espacios, como América Latina.
El propósito del Consejo era fomentar la paz ante la amenaza de un nuevo conflicto armado a nivel mundial.
Entre los intelectuales participantes destacan Karl Jaspers, Benedetto Croce, Bertrand Russell, Raymond Aaron, Germán Arciniegas, Upton Sinclair, Tennessee Williams, entre otros más.
Se podría decir que los intelectuales y artistas resultaron más beneficiados en sus intereses, sin representar necesariamente una ganancia para la campaña emprendida por los organismos estadounidenses.
En 1964, una investigación del Congreso de los Estados Unidos, que se mantuvo en secreto, vinculó a la CIA con distintas fundaciones estadounidenses.
A ello se sumaron otros artículos publicados en 1967 en la revista estadounidense Rampage, los cuales expusieron aún más la relación.
[13] Pero el sentir antitotalitario en América Latina no se utilizó solo para calificar a los países europeos, ya que hubo quienes veían una extensión del totalitarismo en los regímenes dictatoriales existentes durante las décadas de 1930 y 1940 en países como Argentina, Brasil, República Dominicana o Nicaragua, calificadas como dictaduras caudillistas.
Con actividad desde 1948, aunque constituida formalmente en 1950, este organismo agrupó tanto a intelectuales latinoamericanos como estadounidenses.
[21] Pero la política estadounidense no estuvo caracterizada durante las décadas de 1930 y 1940 solamente por el respaldo a las dictaduras latinoamericanas.
Este organismo, formado también en 1949 en Helsinki, Finlandia, tuvo sus primeros acercamientos con la región a través de figuras como Pablo Neruda, Oscar Niemeyer, Jorge Amado, María Rosa Oliver, David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera.
Para ello se trataron de formar comités nacionales, como en Brasil, Argentina, Uruguay, México, con resultados diversos.
No sería hasta 1953 cuando se formaron los primeros comités en los países latinoamericanos, siendo Chile (1953), Uruguay (1953), México (1954), Argentina (1955), Cuba (1955), Perú (1957) y Brasil (1958).
[13] Los grupos latinoamericanos que se inscribieron dentro del Congreso fueron de carácter heterogéneo, cada uno con intereses y agendas propias.
Ello complicó la conciliación de intereses y esfuerzos con relación al objetivo anticomunista que tenían originalmente los promotores del Congreso en la región.
[15][22][13] La emergencia del régimen cubano vino a cambiar la dinámica de la Guerra Fría Cultural en la región.
Se abandonaron los organismos nacionales, y la acción en la región fue encauzada a través del recién formado Instituto Latinoamericana de Relaciones Internacionales, con sede en París.
[15][14] Otro fenómeno que se ligó con la Revolución Cubana fue el llamado "Boom" de la literatura latinoamericana.
Escritores como Gabriel García Marquez, Carlos Fuentes, Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy, Mario Vargas Llosa, José Donoso o Julio Cortázar comenzaron a gozar de éxito editorial y literario fuera de América Latina.
Durante la década de 1970, las instituciones culturales cubanas y las artes en general sufrieron un proceso conocido como “sovietización”, en la cual se ejerció un mayor control sobre la producción de arte y el propósito al que se dirigía dicha producción.
[15] Este proceso de control y represión no solo se vivió en Cuba, sino que también en muchos países latinoamericanos.
Es el caso del llamado Grupo Esmeralda y su participación en la transición democrática argentina, en el cual participaron Carlos Altamirano, Beatriz Sarlo, Hilda Sábato, Jorge Tula, María Teresa Gramuglio, Oscar Terán, Juan Carlos Portanteiro, entre otros.
Las posturas de izquierda sufrieron un retroceso, algunos intelectuales pasaron a simpatizar con el ascendente neoliberalismo.