Los testimonios más antiguos de población humana en la Toscana, se remontan al Paleolítico.
Incluso bien documentada es la presencia del Homo neanderthalensis, que vivió en la zona en torno a hace 90.000 - 40.000 años.
Su proveniencia es ahora un misterio para los historiadores, sobre todo porque no está traducida ni descifrada la lengua y la escritura; se sostiene que pueden ser originarios de Lidia, en Asia Menor.
Otros autores en cambio los tienen por pueblo originario que ha obtenido influencias externas.
Está arqueológicamente probado que este pueblo, más avanzado que el etrusco, había colonizado las costas de Toscana y creado importantes asentamientos en el I milenio a. C. En torno al siglo VI a. C., los Etruscos alcanzaron el culmine de su potencia, con posesiones que iban de la llanura Padana a la Campania; construyeron caminos, entre los cuales son bien conservadas las Vías Cavas, bonificaron pantanos y edificaron grandes ciudades entre Toscana y el Lacio, como Arezzo, Chiusi, Volterra, Populonia, Vetulonia, Roselle, Vulci, Tarquinia, Veyes y Volsinii.
Al norte la invasión de los galos convulsionó los centros etruscos de la llanura Padana al inicio del siglo V a. C. En el 396 a. C. Roma conquistó Veyes extendiendo su influencia sobre toda la Etruria meridional.
También la Toscana fue así conquistada por los romanos, que se asentaron sobre las preexistentes localidades etruscas, también a fundar nuevas ciudades como Fiesole, Florencia y Cosa, actualmente una de las mejor conservadas con los muros, el foro, la acrópolis y el Capitolio, construido originariamente como Templo de Júpiter (mitología).
Con la reforma diocleciana las regiones pasaron a ser doce y el territorio de Etruria fue incluido en la Regio V Tuscia et Umbria.
Finalmente en el siglo IV, después de las primeras Invasiones bárbaras, las particiones regionales devinieron diecisiete y Tuscia et Umbría la VIII región.
La tradición atribuye la bonificación del territorio a san Frediano, obispo de Lucca, que con la apertura de una nueva boca hizo desembocar el Auserculus directamente en el mar Tirreno.
La cronología de las numerosas correrías longobardas viene así descripta: hacia el 590 cae la Garfagnana, ocupada por las milicias de Teodolindo que transformaron el Castrum Aghinolfi (Montignoso) en fortaleza longobarda.
Hacia el final del 592, si bien contenidas por los romanos, devinieron longobardas Sovana y Roselle.
En el 644, Rotario (Rey Lombardo) conquistó Luni, extremo castrum septentrional de Tuscia.
Los Negotiantes, emprendedores navales, efectuaban el transporte de grano y sal por cuenta del duque Walter.
Durante el periodo carolingio, la oligarquía de los duques longobardos del Ducado de Tuscia es sustituida por los condes francos; así, también en Lucca al duque Allone fue sucedido por el conde Wickram.
Contra Berengario, Adalberto procedió a urdir una alianza de potentes feudatarios.
Una ulterior ampliación se verificó en cambio con su hijo y sucesor, Humberto, nominado marqués de Tuscia en el 936 y, gracias al matrimonio contraído con la duquesa de Spoleto; fue también nominado conde palatino del emperador Otón el Grande y representante del rey en Italia central.
A aquella familia pertenecía la famosa Condesa Matilde de Canossa, en cuyo castillo avino el encuentro entre el papa Gregorio VII y Enrique IV del Sacro Imperio Romano Germánico.
Primero con Dante Alighieri y con Giotto en el siglo XIV, después en el siglo XV con otros grandes artistas, la Toscana y, en particular, Florencia dieron una determinante contribución al Renacimiento italiano.
En particular la prosperidad del comercio en Florencia llevó a la ciudad a devenir centro financiero de importancia europea, con dinastías de banqueros como los Bardi, los Peruzzi y los Medici (familia) mismos, que por toda la Edad Media prestaban dinero a los grandes soberanos nacionales europeos para financiar sus guerras.
La unificación toscana bajo una única ciudad se inició con la política expansionista florentina ya en el siglo XIV, cuando la República de Florencia comenzó a añadir los territorios toscanos en sucesión, frenada solamente por la República de Siena.
Nunca pisó la Toscana ni Florencia, dejando la administración a su hijo Pedro Leopoldo de Lorena.
La única interrupción a la soberanía lorenense fue el paréntesis napoleónico que duró hasta 1814, cuando sobre el serenísimo trono ducal fue restaurado Fernando III de Toscana hijo de Pedro Leopoldo.
Tal partido representó la alternativa más importante al partido moderado-liberal del gobierno unitario, y tuvo algunas revistas de un cierto prestigio como La Nuova Europa (federalista-democrático), La Patria y Florencia (federalista-católica).