A finales del siglo XII, Europa estaba fraccionada en una multitud de ciudades estado y reinos.
El área que ahora comprende la Alemania moderna, el sur de Dinamarca, los Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo, Suiza, Austria, la República Checa y gran parte del norte de Italia (excluyendo Venecia y los Estados Pontificios) era nominalmente parte del Sacro Imperio Romano Germánico, pero los gobernantes locales ejercían el poder con una autonomía considerable.
Francia, Dinamarca, Polonia, Hungría, Portugal, Escocia, Castilla, Aragón, Navarra, y Chipre eran reinos independientes, al igual que el Imperio angevino, cuyos monarcas de la Casa de Plantagenet gobernaban Inglaterra y otros grandes dominios que se convertiran en la Francia moderna.
Noruega dependía del reino de Inglaterra, mientras que los otros países escandinavos y Polonia fueron influenciados por los contactos comerciales con la Liga Hanseática.
En toda Europa en esa época se daba un rápido crecimiento demográfico y un desarrollo del comercio asociado a las ciudades.
La Iglesia católica prevalecía en toda Europa Occidental en ese momento, influyendo no solo en la fe sino también en la riqueza y en el poder.
Los primeros períodos medievales habían experimentado un rápido crecimiento en el monaquismo, prevaleciendo varias órdenes diferentes y extendiendo su influencia ampliamente.
La más importante era la Orden de San Benito, benedictinos, cuyas grandes iglesias abaciales superaban ampliamente en número a cualquier otra en Francia, Normandía e Inglaterra.
La Orden del Císter, cistercienses, difundió el estilo llegando al este hasta Polonia y Hungría.
Además, algunas regiones como Inglaterra y España produjeron características propias que rara vez se ven en otros lugares, excepto donde fueron llevadas por artesanos itinerantes o por el traslado de obispos.
Inglaterra tenía piedra caliza gruesa y arenisca roja, así como mármol Purbeck verde oscuro que se usaba a menudo para ciertos elementos arquitectónicos.
[13] En el contexto romano se usó en edificios de iglesias en Siria y en edificaciones seculares ocasionales, como el puente Karamagarae en la Turquía moderna.
Abbasid Samarra tuvo muchos arcos apuntados; notablemente su Bab al-ʿAmma (puerta triple monumental) sobreviviente.
A lo largo de los siglos VIII y IX, el arco apuntado se utilizó como solución habitual en los edificios seculares en todo el mundo islámico.