Desde su independencia de España en 1821, México había sufrido una crónica inestabilidad política que lo había llevado a pasar sucesivamente por formas de gobierno tan disímbolas como el primer Imperio, la primera República Federal y una república Centralista; así como la vigencia de tres diferentes constituciones.
Los partidarios del Centralismo había triunfado en el año de 1836, cuando el 6.° Congreso Constitucional se había declarado a sí mismo constituyente y había procedido a emitir y promulgar un nuevo texto constitucional que sustituyó a la Constitución federal de 1824 y consagró el centralismo en las denominadas Siete Leyes Constitucionales de la República Mexicana.
Herrera envió entonces a su primer exilio al derrotado Santa Anna.
Ante ello, el mismo día y al verse sin apoyos, José Joaquín de Herrera presentó su renuncia ante el Congreso, que no logró el quórum legal requerido para reunirse y de hecho quedó disuelto a consecuencia.
Este, debería de proceder ocho días después a convocar a la elección de un Congreso Extraordinario que debería redactar una vez más, una nueva Constitución.