Si bien habitualmente se hacía referencia al Reichsrat como la "cámara alta", en realidad no era tan poderoso como el Reichstag.
Sus poderes consistían más bien en retrasar o bloquear la legislación propuesta reteniendo el consentimiento requerido.
[2] Los estados, aunque no eliminados, ya no eran componentes participantes en un sistema federal sino meras unidades administrativas de Alemania, que ahora era esencialmente un Estado unitario.
Por tanto, el siguiente paso lógico en la implacable disminución nazi de los estados fue la eliminación total del Reichsrat.
[6] Otro contraargumento presentado por el historiador Richard J. Evans señala que muchos de los gobiernos estatales habían sido derrocados por los nazis mediante la fuerza o la coerción y, por lo tanto, "no estaban constituidos ni representados adecuadamente" cuando el Reichsrat dio su consentimiento a las leyes mencionadas.
En realidad, esto fue menos significativo de lo que podría haber parecido en un principio.
No hace falta mirar más allá de la acción del Reichsrat al aprobar la Ley habilitante en la tarde del 23 de marzo de 1933, donde "el procedimiento sólo ocupó unos pocos minutos y se dio la aprobación unánime sin debate" para ver que ya no servía como una ley independiente y órgano legislativo deliberante, pero ahora quedó reducido a un estatus de pseudoparlamento.