Los esquizos de Madrid

A finales de los años 60 del siglo XX un grupo de jóvenes a los que las tendencias artísticas españolas y europeas (la transvanguardia italiana o el neofauvismo francés y en general el informalismo) no convencían, iniciaron la denominada Nueva Figuración Madrileña (NFM) en la que no solo integraron sus preocupaciones conceptuales a través de lenguajes próximos y de forma muy libre, sino que introdujeron una actitud vital, diferente y cosmopolita, que aunque bebía de la tradición española, estaba completamente desvinculada del espíritu trágico y desgarrador que ofrecía el panorama artístico español en esa época.

Trabajaron vinculados desde 1970, últimos años del franquismo, hasta 1985, en la Transición Democrática, inmersos en la explosión cultural, conocida como La movida madrileña que experimentó la capital española.

[1]​ Tanto la denominación (NFM) como el análisis crítico que los vinculaba se gestaron entre los años 1970 y 1973 en torno a la Galería Amadís, gracias a Juan Antonio Aguirre, su director[2]​ pero fue el grupo Trama de Barcelona (abstractos) quien, a raíz de la difusión de los conceptos que el grupo madrileño hizo del libro El Anti-Edipo.

[5]​ Eran cultos y modernos,[6]​ habían viajado a París, Londres o Nueva York,[7]​ conocían bien las últimas corrientes artísticas tanto europeas como americanas y veían la Escuela de Bellas Artes de Madrid como un lugar obsoleto[8]​ por lo que, excepto Pérez-Mínguez y Pérez Villalta, arquitectos, ninguno tenía formación superior.

[11]​ Utray comentó en unas entrevistas a María Escribano: “Nos creíamos diferentes porque nos atrevíamos a hacer lo que nos daba la gana cuando nadie lo hacía (…) no nos importaba lo que dijera nadie dentro o fuera, que nos divertía provocar, eso era común”[12]​ Descubrieron a David Hockney, Richard Hamilton, Ronald Kitaj, Edward Ruscha o, entre los abstractos, a aquellos que utilizaban colores más brillantes como Frank Stella, Barnett Newman, o José Guerrero.

Posiblemente el ingrediente culto más subrayado en la crítica e historiografía del trabajo artístico de estos pintores haya sido la de la dimensión psíquica, formulada como psicoanalítica, lo que les permitió enlaces con la tradición surrealista.

No se ha analizado la presencia del gusto camp en la base de algunas de sus poéticas personales o en su vinculación a la condición homosexual que, aunque no compartida por todos los integrantes, fue asumida con naturalidad,[17]​ pero es evidente que el ácido lisérgico, LSD, o el viaje psicodélico, trip, aunque esporádico y no utilizado por todos los miembros, dejó una huella perceptible en la producción artística del grupo.