Volvió a tratar el tema taurino, ensayado en su larga serie La tauromaquia, pero esta vez desde una perspectiva más pintoresca y popular, donde el público asistente tiene tanta importancia como la lidia misma, en un momento en que el exotismo de las costumbres comienza a ser muy apreciado en Europa gracias al Romanticismo.
La serie está formada por cuatro litografías, consideradas todas ellas máxima expresión de la técnica litográfica y del expresionismo goyesco, adelantado a su época: Goya vuelve a representar al personaje de las estampas 23 y 24 de La Tauromaquia, el indio americano Mariano Ceballos.
Se representa una espectacular cogida, que expresa toda la fuerza y fiereza del animal frente a los personajes humanos, «pobres guiñapos lastimosos» en palabras de Cossío, que tratan de defenderse como pueden.
Un picador atrincherado tras su caballo derribado trata también de aplicarle una vara a la fiera para separarla.
Esta litografía ofrece la visión de una capea popular con novillos, en la que participan numerosos personajes representados circularmente de forma grotesca y carnavalesca, mientras las fieras se muestran en el centro del ruedo entre asombradas y agresivas.