Allí experimentó una conmoción ideológica, no tanto al conocer de cerca el cubismo y el surrealismo, como al leer a Marx, Freud y Spengler, que en aquellos años eran poco difundidos en España.
Durante ésta, organizó en Santander el cine ambulante en los frentes por orden del Estado Mayor, junto al pintor Rufino Ceballos, rodó documentales en el campo de batalla, no en gran cantidad, dados los escasos medios disponibles.
Cayó prisionero en Asturias al derrumbarse el frente y, salvo unos meses de libertad vigilada, estuvo desde entonces en la cárcel 23 años.
Previendo un largo cautiverio y sin ayuda económica de ningún partido –por disensiones internas dejó el Partido Comunista donde militó durante la guerra-, se dedicó a estudiar inglés literario y en 1948 logró ponerse en relación con un editor catalán, quien le enviaba trabajo de traducción a la cárcel.
Sin embargo, varias personas le aconsejaron que saliera de España, teniendo sobre todo en cuenta sus antecedentes carcelarios.
Así lo hizo, no sin dificultades, y se fue a México, donde trabajó para las principales editoriales mexicanas.
Hasta el último momento su mirada, ya casi nublada, buscaba esas nubes quietas, pacíficas, enmarcadas siempre, durante tantos años, por el perfil interno de una ventana con rejas.