Obra dramática de Santiago Rusiñol

[1]​ Se atrevió con todas las formas teatrales: monólogos, teatro lírico, dramas, melodramas, sainetes, teatro de marionetas y vodeviles, y pasó por distintas etapas hasta su consagración definitiva como mito de la escena catalana.

Habían desaparecido los autores que habían dominado buena parte del siglo, como Frederic Soler “Pitarra” (1839-1895) o Eduardo Vidal Valenciano (1838-1899), y Cataluña empezaba a recibir nuevas influencias de origen europeo, realistas y simbolistas, inspiradas por autores como el noruego Henrik Ibsen (1828-1906) o el belga Maurice Maeterlinck (1862-1949).

Se inició como dramaturgo escribiendo monólogos, es decir, piezas breves en un acto interpretadas por un solo actor.

La primera de estas obras fue L'home del orgue, estrenada en 1890 en el Teatro Novedades y publicada, poco después, en L'Avenç.

Esta nueva corriente se caracterizaba, entre otros aspectos, por la primacía de la idea y la sensación sobre la realidad y por la consideración del arte, no como una práctica, sino como una forma de vida, una ética propugnada por el artista, que deviene sacerdote del arte.

Allí acudirán sus feligreses, el grupo de modernistas de L'Avenç, formado por Raimon Casellas, Joan Maragall, Jaume Brossa, Juan Cortada, Jaume Massó i Torrents y Pompeu Fabra, entre otros, que, cada cual con su idiosincrasia, se aglutinaban en torno a su maestro espiritual, el “artista sincero”, encargado de renovar “el espíritu debilitado del arte moderno catalán”.

[12]​ A partir de ese momento Rusiñol comenzó a tomarse muy en serio su faceta literaria que, siguiendo los presupuestos del simbolismo y el wagnerianismo, quedaba totalmente integrada en la concepción totalizadora del hecho artístico que caracterizará al Modernismo.

El ambiente tedioso y amodorrado está sugerido por la gran riqueza de adjetivos así como por la melodía.

Con esta obra Rusiñol está llevando a cabo un ataque directo contra una burguesía que, como señala Joan Lluís Marfany, «no era suficientemente burguesa, es decir, lo suficientemente moderna para conceder al arte y al artista el trato de privilegio que se merecían por su función social […]».

[19]​ Así, la obra podía leerse tanto en clave simbolista como costumbrista, lo que fue asumido por la crítica como un aspecto positivo y constituyó su éxito y convirtieron la obra en un modelo para la regeneración de la escena catalana, considerada por Rusiñol como un imperativo patriótico.

[21]​ Esta obra, la más genuinamente simbolista de Santiago Rusiñol, es una pieza lírica en la que el jardín representaría ese mundo poético ideal, ese paraíso inmaterial y atemporal del artista, que se ve amenazado por el mundo cotidiano, la prosa, la sociedad consumista y carente de espíritu.

Sobre todo Aurora, que se casa simbólicamente con el jardín, al haber rechazado a sus pretendientes.

Ambientada en la Edad Media, en este caso la dualidad artista y sociedad está simbolizada por insectos: el papel del artista estaba representado por las cigarras y las aburridas hormigas simbolizaban a la sociedad vacía de espíritu.

Santiago Rusiñol había empleado este elemento en sus primeras incursiones en el teatro con sus monólogos, pero lo había ido abandonando a medida que su producción literaria se adaptaba a las nuevas circunstancias que requerían un tono culto y refinado.

[23]​ En definitiva, estas tres obras de Santiago Rusiñol «marcaban la entrada de lleno del teatro catalán a los planteamientos modernos y revolucionarios del teatro simbolista en el que la observación de la realidad no es un fin ni mucho menos, sino un pretexto o un medio para que el símbolo vaya a influir en la multitud».

Escribió numerosas obras, algunas de las cuales las dio a conocer en lectura pública en Mallorca, donde pasaba largas temporadas: Llibertat!

Continuaba siendo, no obstante, un observador de la realidad desde una posición crítica y distanciada, y sobre todo personal, pues Rusiñol no estaba vinculado a ningún grupo político-cultural ni quería estarlo, pues sólo se debía a su arte.

Tonet, el “rimador de tres al cuarto”, simboliza a la falsa y banal poesía frente a Ramon, el verdadero poeta, capaz de conmover al lector y penetrar en su alma.

Con esto, Rusiñol se desmarcaba de los grupos que habían utilizado su obra con fines políticos.

[28]​ Así, la obra plantea la degradación moral del protagonista, Francesc Garrido, el héroe recién llegado de la guerra de Cuba, un joven que era honrado y trabajador pero que como consecuencia del conflicto se convertirá en un cínico y un depravado.

En aquellos momentos, la idea de artista e intelectual que se había erigido durante el Modernismo, con Santiago Rusiñol como su principal representante, estaba cambiando, y se estaba reformulando con el ascenso de una nueva élite cultural que comenzaba a hacerse oír con fuerza.

Los nuevos valores del artista pasaban a ser: eficacia, perfección, obediencia y rigor.

Estos valores del artista se verán reflejados en El místic, drama por antonomasia de Rusiñol, estrenado en 1903.

En ella Rusiñol volvía a tocar el tema de la marginación como ya había hecho en Llibertat!.

La trama gira en torno a Joana, una joven que sufre abusos e injusticias por parte de su familia, su prometido y la sociedad precisamente por ser poco agraciada.

La obra se leyó como una crítica contra el discurso culturalista del noucentisme, machista y de mal gusto.

El vestuario también lo creó Oleguer Junyent y los figurines que diseñó fueron exhibidos en las Galeries Laietanes.

El argumento gira en torno al señor Esteve, propietario del próspero negocio familiar, la tienda de mercería "La Puntual".

Todo transcurre con normalidad hasta que su hijo Ramonet, relevo generacional, se niega a continuar con la empresa porque quiere ser artista.

Pero por encima de todas, destaca la versión que realizó en 1997 Adolfo Marsillach (1928-2002) inaugurando con ella la Sala Gran del Teatre Nacional de Catalunya con un reparto de lujo que contó con Francesc Corella, Mónica López, Jordi Banacolocha, Imma Colomer, Marta Calvó, etc.[42]​ La reposición más actual es la del año 2010 en el Teatre Nacional montada por Carmen Portaceli, que ambienta la obra en pleno franquismo.

Santiago Rusiñol i Prats
Cartel de L'alegria que passa (1898).
El pati blau d' Arenys de Munt .
Medallón de Frederic Marès , retratando a Eugeni d'Ors .
Azulejos de L'Auca del Senyor Esteve de Santiago Rusiñol en la calle Petritxol ( Barcelona )