Sin embargo, persistió la preocupación por la solidez del crédito público, ya que los billetes inestables seguían siendo un medio de cambio.
El ex congresista Continental, William Duer, recaudó grandes sumas de dinero para invertir en acciones bancarias y valores gubernamentales, activos novedosos y financieramente sofisticados cuyos riesgos muchos contemporáneos no comprendieron.
Planearon, una vez más, vender acciones de esta empresa a inversores europeos.
[7] Entretanto, la guerra continua en Europa restringió el crédito, exponiendo la precariedad del esquema de la North American Land Company y otros similares.
Entre estos, se encontraba James Wilson, cuyo confinamiento, combinado con los rumores del encarcelamiento de Morris, causó pánico.
Entre estos últimos, se incluía al afamado financista de la revolución, Robert Morris, y a su socio James Greenleaf, que habían invertido en tierras rurales.
[15] La fortuna de Henry Lee III, padre del general confederado Robert E.
El pánico provocó una recesión comercial pronunciada en las ciudades portuarias estadounidenses que no cedió hasta después de 1800.
Sin embargo, el pánico no afectó de manera uniforme a toda la economía.
Aun así, los críticos argumentaron que la ley fomentaba inversiones arriesgadas al reducir el costo del fracaso, impidieron su renovación en 1803.
La ley representó un paso en la tradición legal estadounidense contra el encarcelamiento de deudores.