Otón se empeñó luego en reconocer todas las donaciones territoriales ofrecidas por Pipino el Breve y Carlomagno al papado (que habían sido quitadas al Rey de Italia), que permanecieron bajo la tutela imperial.
Con el privilegium Otón se erigía como defensor de la cristiandad: su intención era incitar a una reforma de la Iglesia, caída en el lujo y en la corrupción, y al mismo tiempo legitimar el control imperial sobre el papado.
Juan XII, por su parte, prestaba juramento de alianza al emperador y le prometía solicitar su aprobación cada vez que la Iglesia eligiese un nuevo Papa.
También la nobleza y el pueblo romanos prestaron juramento de fidelidad a Otón.
En los decenios sucesivos, algunos pontífices, a partir de León IX, iniciaron una reforma de la Iglesia y, consecuentemente, se opusieron al privilegium, que les limitaba su autonomía.