El fuego duró desde el «martes después de las vísperas, fasta el miércoles en todo el día e toda la noche», quemándose «mil seiscientos pares de casas» donde residían unas cuatro mil personas.
Antón Sánchez ordenó abrir un boquete en la carnicería mayor[6] desde donde los sitiados abrieron fuego de artillería contra los conversos, a los que pusieron en fuga.
Los que no habían conseguido salir de la ciudad procuraban acogerse a sagrado en iglesias y conventos.
La naturalidad con la que se recordaban estos saqueos queda evidente en un testimonio muy posterior, con el que se quería probar la condición de un antepasado ya fallecido: «quando el robo de Pero Sarmiento e quando el de la Madalena, morando donde era el mayor fuego e el mayor peligro, se estovo a su puerta, e ninguno de los fidalgos nin christianos viejos le robó nin tomó cosa alguna de su fazienda, porque todos le tenían por mucho católico e fiel christiano».
Se recoge la respuesta de Alfonso: «Fagan lo que quisieren, según su maldad, tanto que no sea a cargo mío; e yo como a malos los entiendo de castigar, que no es mi voluntad de facer mercedes a los malfechores; asaz les debe bastar que las cosas tan mal fechas por ellos pasen so disimulación por la tribulación del tiempo; más que las cosas nefandas e aborrecidas yo haya de confirmar, deshonesta e torpe cosa sería».
No obstante, en julio de 1471 el rey rectificó, restituyendo en sus cargos a todos los oficiales depuestos, conversos o no, con lo que el número de cargos entre regidores, jurados y escribanos alcanzó un número exorbitante.