Sinfonía n.º 9 (Bruckner)

La Sinfonía n.º 9 en re menor, WAB 109 fue compuesta por Anton Bruckner entre 1887 y 1896, pero quedó inconclusa debido al fallecimiento del autor.

[1]​[2]​[3]​[4]​ La composición de esta pieza se desarrolló entre 1887 y 1896, pero el último movimiento quedó incompleto al fallecer Bruckner.

[7]​ El maestro escribió entonces dos obras sinfónicas-corales, una versión del Salmo 150 en 1892 y la obra coral masculina Helgoland de 1893.

Según Paul Thissen: “Sin duda, la forma en que Bruckner integra las citas en el Adagio de la Novena Sinfonía muestran el aspecto más diferenciado.

Vista en su conjunto, esta sinfonía representa un vínculo esencial entre el Romanticismo tardío y la modernidad.

El maestro austríaco continúa consistentemente en su camino sinfónico elegido al apegarse a la forma sonata (ampliada para incluir el tercer tema).

[23]​ Manfred Wagner también describe al maestro como "estructuralista" y traza paralelos directos con Karlheinz Stockhausen, “a saber, con su obra de casi media hora Gruppen (1957) para tres orquestas, porque en ella la estructura tampoco está tanto en la formación lineal, sino en el desgarramiento.

Al principio las cuerdas entonan un tema de notas largas en trémolo que empieza con la fundamental re y las maderas lo refuerzan en el tercer compás.

Según Wolfgang Stähr, "difícilmente podría comenzar una sinfonía de un modo más original, elemental y arquetípico.

Un audaz ascenso a do sostenido mayor en las trompas anuncia algo prometedor.

La exposición consta de tres temas, lo cual es un recurso arquitectónico habitual en Bruckner desde la Sinfonía en fa menor.

Los metales llevan a una intensidad sobrehumana, como si estuviéramos al borde del infinito.

La coda recupera el material del tema principal, que se intensifica sobre un persistente ritmo con puntillo y la yuxtaposición repetida de mi bemol mayor y re menor hasta alcanzar una apoteosis provisional que lo deja todo abierto.

Este movimiento, que suele ser el tercero, ocupa aquí el segundo lugar como en la Sinfonía n.º 8.

Conforme a Jean Gallois "temas sin piedad... armonías alteradas, orquestación ácida", todo está hecho como para evocar un mundo apocalíptico de condenados.

Langsam, feierlich (Lento, solemne), está en mi mayor y en compás de 4/4.

Ese salto de novena también lo usará Mahler para abrir el Adagio con el que finaliza su Sinfonía n.º 9.

Le sigue un bello tema otoñal que parece irradiar una nostálgica mirada retrospectiva a las alegrías de la vida.

Poco a poco se le une un tema noble, como un himno, que se va tornando cada vez más disonante e intenso en su tentativa de fervor, hasta llegar a la famosa disonancia de siete notas, demoledora y terrible, a la que sigue un silencio aún más terrible, como si se mirara al vacío.

Pero entonces, sigilosamente, un motivo de la apertura del movimiento lleva la música a una atmósfera final serena.

El Abschied vom Leben (Adiós a la vida), traducido en forma de coral hace resplandecer la tuba.

Contiene dos ideas: una, en la bemol mayor, en los violines, amplia y lírica, aunque expresa resignación; la segunda, en semicorcheas, provista de diversas variaciones.

Estos últimos bocetos han sido grabados junto con algunas versiones «completas» del Finale.

El inmenso cuarto movimiento habría superado en magnitud incluso al de la Sinfonía n.º 8, utilizando una fuga y citas del Te Deum.

Bruckner en 1894.
Sergiu Celibidache en 1969.