En la escritura contractual, hecha pública en 1984 por María Antonia Fernández del Hoyo, no queda claro el destino de la escultura[1]: 377 pero sí consta que la imagen debía ser de bulto redondo, estar sobre un trono compuesto por nubes adornadas con cinco serafines, y medir junto con la peana seis pies[2]: 14 (tamaño natural), figurando además la hechura de «quatro anxeles de figuras redondas acavados por todas partes con sus alas y el ropaxe que pertenece a dhos.
[2]: 14 Teniendo en cuenta las condiciones para su hechura ya que el retablo no ha llegado a nuestros días, se sabe que el cuerpo debía de tener cuatro pilares de orden corintio con un nicho en arco de medio punto en el centro y estar separados para disponer entre ellos unos marcos los cuales irían desde el pedestal hasta la cornisa, hallándose cada columna dividida en dos para poder poner cuatro lienzos.
[5]: 156 Pese a que Clementina Julia Ara Gil y Jesús Parrado del Olmo indicaron en 1980 que el retablo podría haber sobrevivido y ser uno de los custodiados en la nave de la Iglesia de San Antolín (concretamente uno en el que se halla una pintura de la Inmaculada Concepción),[5]: 277 una instantánea aportada en 1959 por Juan José Martín González[6]: 31 en la que aparece la Virgen en el retablo original demuestra lo errado de esta hipótesis puesto que ambas piezas no coinciden en absoluto.
La base, algo arcaica acorde a los cánones del primer tercio del siglo xvii, se compone de una nube con los rostros alados de cinco serafines.
Este rasgo, junto con la posición orante de las manos, hace que esta pieza se halle más próxima a las imágenes concepcionistas que a las asuncionistas; ya en 1959 Martín González la identificó como una Inmaculada, aunque sin citar al autor además de encuadrarla en la década de 1630.