Por su trabajo, el padre de Alfonso viajaba constantemente tanto por Europa como Estados Unidos, ya que sus publicaciones eran requeridas a nivel internacional.
Así llegó a España Alfonso Laurencic que en aquel momento acababa de cumplir los doce años.
El bienestar continuó para toda la familia, si bien Alfonso empezaba a dar señales de su talante.
En marzo de 1923, regresó a Barcelona ya que su padre, gravemente enfermo, había fallecido.
Poco después, Alfonso partía a Zagreb para alistarse en la división de infantería del Real Ejército Yugoslavo.
De nuevo en Graz, conoció a Maria Luisa Preschern, con la que contrajo matrimonio en 1926.
Pero, sin más posibilidades, decidió su regreso a Barcelona donde aún vivía su madre con Eugenio que se defendía como representante de material médico.
Antes de salir de Alemania, Laurencic consiguió que el diario Deutsche Allgemeine Zeitung le proporcionara una acreditación como corresponsal y reportero gráfico para representar, con plenos poderes, los intereses del diario en el extranjero.
Al día siguiente, la mañana del 20, se presentó voluntariamente en la Jefatura de Orden Público ofreciendo sus servicios.
Empezaba un momento muy difícil donde todo escaseaba y a Alfonso no le gustaba pasar estrecheces ni vestir como un obrero, según las nuevas costumbres.
Tras pasar unas horas en esta celdas, los prisioneros, muy debilitados, eran cruelmente interrogados; interrogatorios en los que Laurencic nunca participó.
Con el proyecto de estas celdas, Alfonso y su hermano obtuvieron "libertad vigilada".
Diezmado y en retirada el ejército del Frente Popular, las tropas nacionales avanzaron sobre Cataluña de sur a norte.
Muchos republicanos y brigadistas internacionales ya lo habían abandonado huyendo a Francia.
El día antes de ser ajusticiado, se confesó, comulgó y escribió una carta a su mujer.
El último rastro conocido es que, todavía soltero, residía en Zúrich desde donde, en febrero de 1948, se dirigió al puerto francés de Le Havre para viajar en el vapor Groix rumbo a Buenos Aires.