Fue creado por el emperador Augusto para el transporte de mensajería, oficiales e ingresos tributarios entre Italia y las provincias.
Augusto siguió inicialmente el método persa de entregar el correo por relevos, pero pronto cambió a otro sistema por el cual un único mensajero realizaba el recorrido completo con el envío.
Como indica Suetonio, Augusto modificó el sistema persa para que un mensajero que recorría la totalidad del trayecto pudiera ser interrogado por el emperador a su llegada, y así poder transmitir oralmente información adicional.
Se conoce al menos a un praefectus vehiculorum, Lucio Volusio Meciano, quien desempeñó su cargo durante el mandato de Antonino Pío.
El personal del convoy y los animales de carga suplementarios se movilizaban según las necesidades por requerimiento o corvea.
A pesar de estas vicisitudes, el cursus publicus garantizó sus cometidos hasta principios del siglo V.
Había una única vía en Egipto y otra en Asia Menor, como atestiguan las cartas de Plinio a Trajano.
Otras nomenclaturas usuales eran statio (etapa, relevo), taberna (albergue) y praetorium (alojamiento para viajeros de negocios).
[15] Este servicio adquirió gran importancia rápidamente, puesto que era estratégico para las comunicaciones entre el emperador, la administración de las provincias romanas y las unidades militares.
[16] Las personas particulares solo podían hacer uso del mismo mediante una autorización escrita, raramente concedida.
[17] Para poder utilizar los servicios que proveía el cursus publicus era obligatorio poseer un certificado emitido por el propio emperador, el evectio, posteriormente llamado diploma o bien tractoria.
Como indica el experto Altay Coskun, «el sistema básicamente proporcionaba una infraestructura para magistrados y mensajeros que viajaban por el Imperio.
Quien enviaba una misiva debía aportar el correo, y las estaciones tenían que abastecerse con los recursos de las áreas locales por donde pasaban los caminos.
Siguiendo las reformas de Diocleciano y de Constantino I, el servicio se dividió en dos secciones: la rápida (en latín: cursus velox, en griego: ὀξὺς δρόμος) y la ordinaria (en latín: cursus clabularis, en griego: πλατὺς δρόμος).
En el siglo VI, describía una época anterior como: Al ser conocida la distancia entre etapas, podía también calcularse la separación entre cinco u ocho etapas y el promedio al que se desplazaba la correspondencia a través del cursus publicus.
Dado que el mensaje tardó unos sesenta y tres días o algo más en llegar a Alejandría, esto confirmaría un promedio de 51 kilómetros (32 millas) por día en este trayecto.
[22] El académico C. W. J. Elliot coincide en su artículo con Ramsay en que la velocidad media era de unos 80 kilómetros (50 millas) por día y lo ilustra con otro ejemplo, el tiempo que la noticia de la proclamación del emperador Septimio Severo tardó en llegar a Roma desde Carnuntum.
Bajo estas premisas, un barco podía navegar a una velocidad media de unos 5 nudos (9.3 km/h; 5.8 mph) o 120 millas (190 km) por día.
Casson aporta otra tabla de diez trayectos realizados en condiciones no favorables.
En estos últimos, la velocidad promedio es de unos 2 nudos (3.7 km/h; 2.3 mph) o 50 millas (80 km) por día.
Durante la época de Nerva, en el siglo I, el gasto general fue transferido al fiscus (el tesoro).
[29] En occidente perduró bajo los ostrogodos en Italia, como relata Casiodoro en la correspondencia de Teodorico el Grande:
La elaboración del trazado de las vías romanas en Hispania fue realizado por primera vez por el ingeniero e historiador Eduardo Saavedra en 1862.
En estas dos últimas aparecen los distintos nombres de las mansiones o stationes y la distancia entre ellas.
[31] Existían tres vías principales de entrada desde la Galia hacia Hispania, uno por el Coll de Pertus, por la costa mediterránea, otro por el territorio vascón, con una ruta que unía Asturica Augusta con Burdigalia (Burdeos), y la tercera por el centro, conectando Caesar Augusta con Behenario, en el actual pirineo aragonés.
Finalmente, Símaco consiguió los permisos para el transporte, incluida la alimentación gratuita de los animales durante el viaje.
Al conocer la noticia, el emperador impuso una pena y multa ejemplares a Macrobio.
En una de las cartas, Consencio relata como un individuo fue atacado por unos ladrones que le robaron varios códices y los llevaron a Ilerda, donde los entregaron al obispo.