Durante el año 1834 también se fueron formando batallones carlistas, siempre organizados por antiguos oficiales, en las provincias de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya.
Suponiendo que al mando isabelino no le pasarían desapercibidos los preparativos de la expedición, los carlistas acantonaron entre Sesma y Los Arcos, muy cerca del Ebro, las tropas navarras que habían de quedar en el país al mando del general Uranga.
Mas los expedicionarios abandonaron su territorio cruzando el río Arga a la altura de Echauri.
Ocultos en la boscosa orilla derecha del río habían construido balsas, empleando para ello barcas de pescadores, toneles y tablones.
Hubo muchos desórdenes durante el paso y recuerdo que al cura Merino le robaron un par de botas nuevas».
[8] El Pretendiente se despidió aquí de la población vasco-navarra mediante una optimista y poética alocución.
Durante el trayecto de Navarra hasta aquí se pusieron ya de manifiesto otras dos carencias del ejército expedicionario: ni eran recibidos con alegría por las poblaciones por las que transitaban, incluso los habitantes masculinos en edad de servir como soldados habían desaparecido, ocultándose en los montes, para evitar ser incorporados a la fuerza al ejército carlista, ni la alimentación que recibía la tropa era suficiente, comenzando los soldados a estar obligados a mendigar.
Cuando Iribarren se enteró de que los carlistas habían atravesado el Arga y se dirigían hacia Aragón, había ordenado a Buerens que marchase inmediatamente a Zaragoza por la orilla derecha del Ebro para desde allí reunirse con él.
Se hizo cargo de él y volvió a Zaragoza donde esperó al general Oráa, jefe del ejército del Centro que comprendía el territorio de Aragón y Valencia, con base en Zaragoza.
Cuando llegó el día 28 a esa ciudad, se encontró con las tropas que Buerens había traído de Almudévar.
No recibiendo castigo de sus mandos por ello, este hecho se convirtió en adelante en práctica habitual.
[13] Era mediodía del siguiente día quedando solo un batallón por cruzar el río cuando aparecieron tropas de Oráa dotadas con artillería.
«Este desgraciado suceso había puesto de mal humor a todo el mundo.
Al encontrarse el ejército carlista en territorio catalán, dada la organización territorial del ejército isabelino, Oráa no debía continuar persiguiéndolo, pasando al general Meer, capitán general de Cataluña, la responsabilidad de hacerlo.
Según Chao, en ella existían 25 batallones, formidable fuerza si no hubiese imperado en su mando «su falta absoluta de subordinación».
Cada partida «...tomaba el nombre del jefe, que llamaba a los soldados "mi gente", y la tropa se llamaba "la gente" de tal o cual, como si fuesen criados.»[16] Los jefes carlistas que dominaban el campo catalán eran Porredón, Margoret, Vall, Ibáñez, Sobrevías, Tristany y Castell, todos ellos, nominalmente, bajo el mando del mariscal de campo Blas Royo.
Sus habitantes poseían una organización de milicia nacional formada por 200 hombres, no estaban dispuestos a someterse al saqueo y defendieron sus bienes, rechazando aquel día y durante el siguiente los ataques carlistas que incluso llegaron a emplear un mal cañón que les había sido cedido por sus compañeros catalanes.
Dada la menor distancia, Borso había de llegar antes, por lo que Cabrera lo atacó, frenando su avance.
Continuaron su marcha, pasaron cerca de Sagunto y el 12 acamparon en Burjasot, teniendo a la vista Valencia.
Esperó a que llegase Nogueras, y tan pronto como se le unió, marchó el día 10 hacia Valencia, entrando en esta ciudad cuatro días después.
En la batalla de Chiva las tropas carlistas eran ligeramente superiores a las isabelinas aunque continuaban siendo inferiores en caballería, pero la infantería carlista estaba más descansada que la isabelina puesto que las marchas de Oráa y Nogueras tras ellos habían sido muy forzadas.
Al oeste de Chiva el paisaje comienza a convertirse en agreste, por lo que no es comprensible cómo el mando carlista no dejó atrás el terreno de Chiva tan favorable a la caballería isabelina y no se adentró unos pocos kilómetros en ese terreno, donde las tropas vasco-navarras habrían podido deshacer con su modo guerrillero de luchar a las isabelinas que solo sabían combatir en formaciones cerradas, y presentase allí la batalla.
Como ejemplo más elocuente, cabe citar el jocoso artículo de Larra «Nadie pase sin hablar al portero».
[33] Espartero tuvo que iniciar inmediatamente una marcha forzada para salvar Madrid, amenazada por Zaratiegui.
Pero muy pronto sus avanzadillas le notificaron que en Villar de los Navarros, situada a 5 kilómetros al Sureste, se encontraba acantonada una imponente fuerza enemiga.
Ocupando brevemente Alcalá de Henares y Guadalajara, el ejército carlista buscó refugio en la Alcarria.
Poco antes de encontrarse, Espartero se enfrentó a cada uno de ellos por separado y sin arriesgarse, por lo que los carlistas continuaron unidos la marcha hacia su tierra pero en Retuerta hicieron alto y presentaron batalla que Espartero no aceptó, convirtiéndola en un simple enfrentamiento.
[44] Unos pocos llegaron al territorio carlista vasco-navarro vadeando el Ebro por la Rioja pero la mayoría lo hizo por Burgos y Cantabria.
En los periódicos publicados aquellos días en estas provincias se pueden leer continuas noticias de localidades aisladas asaltadas por grupos carlistas que buscaban comida y plata.
También afirmó en la proclama: «...he vuelto momentáneamente...»[47] Ya Arízaga empleó la letra cursiva cuando citó estas palabras en su libro.