Sus padres fueron Joaquín y María Ignacia quienes inculcaron en sus hijos las enseñanzas de la religión cristiana.
Muchos lo recuerdan por estar sentado horas en el confesionario y su dedicación a la dirección espiritual.
Entre sus dirigidos se encontraba la monja trinitaria María del Niño Jesús (Marichú), muerta con fama de santa y a quien asistió en los últimos minutos de su vida.
Fueron llevados al ayuntamiento para reunirlos con siete frailes franciscanos y un novicio dominico.
Desde afuera se oían gritos que pedían la muerte de los frailes.