Lo máximo que podía hacer la Corona española era supervisar a los colonos enviando gobernadores, maestres de campo o visitadores para repartir recompensas y castigos.
[8] Se dedicaban a realizar incursiones en territorio indígena con variado resultado que eran respondidas por los calchaquíes matando españoles, robando ganado, quemando estancias y asediando las villas.
[10] La situación era tal que las caravanas de mulas con productos debían tener escolta armada al recorrer los caminos.
[25] En la primera mitad del siglo XVII, los españoles intentaron una guerra defensiva[17] en torno al río Salado, que sirvió de frontera.
[52] Los campesinos de la frontera debían pedir permisos para recolectar miel o arrear mulas al Perú, así siempre podían ser alistados.
[54] El gobernador intentó subsanar eso con repetidas peticiones de unas 400 carabinas, arma que se adaptaba mejor al ambiente.
[59] Urízar buscó a sus lugartenientes entre los veteranos de campañas previas, con influencia en los cabildos y liderazgo en las ciudades.
[62] Desde 1707, Urízar hizo gestiones para disminuir el número de encomiendas en la gobernación y así que fueran pocos los vecinos obligados a cumplir con el pesado deber militar.
También se impuso una contribución a los comerciantes, quienes en la nueva situación de seguridad no tenían que pagar escoltas armadas.
Diez años después, Joaquín Espinosa y Dávalos lideró una expedición tucumana que siguió el río Bermejo casi hasta Corrientes.
[76] En 1764 Juan Manuel Fernández Campero continuó las expediciones punitivas en el Chaco pero con el nuevo objetivo de establecer un dominio estable y explorar la posible navegabilidad del Bermejo hasta Corrientes.
[74] En 1774 Gerónimo Luis de Matorras realizó una expedición que llevó a negociaciones con mocovíes y tobas.
[89] Se incursionaba contra las etnias fronterizas, las que debían defenderse también de las tribus del interior, viéndose forzadas a aceptar su influencia.
[94] La milicia seguía compuesta de blancos pobres, mestizos y pardos que trabajaban como peones, arrieros o artesanos.
[96] En 1780 estalló la rebelión de Túpac Amaru II, que rápidamente se extendió por todo el Alto Perú[97] hasta Jujuy[98] y paralizó el comercio tucumano.
[97] Pronto los tobas se unieron al alzamiento, motivados por el desgobierno en que cayó la frontera tras la expulsión de los jesuitas.
[107] Ofreciendo tierras a familias sin coste y sin importar su casta se consiguió poblar una nueva villa en territorio aún no pacificado[108] que sirvió de cabeza de puente para el avance colonizador, haciendo que sus habitantes fueran considerados a la vez soldados.
Se esperaba continuar con la fundación de fuertes a las orillas del Bermejo para luego repartir las tierras.
López menciona los curatos con el número de reclutas que aportaron ese año: Trancas con 105, Monteros 110, Burruyacú 114, La Banda 110, Leales 100 y Chicligasta 110; totalizaban 649 hombres.
Para que sus órdenes se cumplieran efectivamente, todo oficial debía ganarse la legitimidad[148] y respetar ciertos consensos establecidos tradicionalmente en cada unidad.
[171] Por otra parte, el propio Belgrano menciona una revista de tropas en que contabilizó a los dragones tucumanos en 2500 plazas.
[179] Durante este período, se enemistó con Güemes, quien le exigía la ayuda prometida para luchar contra los realistas.
[180] Aráoz le había dicho[nota 12] «tengo en movimiento esta campaña; cuento con cinco mil hombres bien montados y resueltos a todo.
[181] En otro escrito, el gobernador tucumano reconocía que disponía de 5000 milicianos y le ofreció un millar al caudillo salteño.
[227] De inmediato, el gobernador y sus allegados más cercanos se dedicaron a establecer relaciones personales con estos actores intermediarios.
[234] Hubo un cambio en las milicias cívicas, ya no importaba la profesión para ingresar, solamente si se vivía en San Miguel y sus alrededores.
[241] Según Juan Bautista Alberdi, la provincia era capaz de movilizar hasta 3000 hombres y contaba con grandes reservas del armamento que Rosas envió a Heredia.
[248] Sin embargo, los jornaleros se ocultaban en las levas o desertaban, muchas veces ayudados por hacendados y capataces.
[249] Gutiérrez perdió el poder mediante una breve guerra civil provincial entre 1852 y 1853, asumiendo el unitario José María del Campo.
[274] Sin embargo, un lustro antes, se reformó las exigencias para el voto y ya no fue un requisito obligatorio haber estado servido en la Guardia, eliminando su influencia electoral.