Como todos los cartones para tapices, fue descubierto en 1870 por Gregorio Cruzada Villaamil y pasó al Museo del Prado.
Era una sobrepuerta, y su pareja la constituía el cuadro Niño montando un carnero, hoy en el Art Institute of Chicago.
Puede tratarse de una alegoría de la primavera, pues se situaba junto a Las floreras y El niño del carnero.
Trazado en rápida ejecución y con fuertes pinceladas, la obra evoca algunos rasgos de Velázquez.
La intempestiva muerte del rey Carlos III provocó que la serie quedase incompleta y nunca fuera colgada según se planeó, pasando a decorar habitaciones en El Escorial sin orden concreto.