Este ambiente, en el que se encontraba más a gusto, parecía reflejarse en la atmósfera general de su nueva sinfonía.
La historia de la obra también está asociada a la tensa relación entre el compositor y su editor habitual, Fritz Simrock.
Las negociaciones se rompieron después de que ambos no llegaran a un acuerdo sobre el importe.
El maestro checo se negó a hacerlo, afirmando que sus aspiraciones artísticas no podían satisfacerse simplemente produciendo piezas breves y ocasionales.
Vendió su nueva sinfonía a la firma londinense Novello, que consideró un privilegio comprar la obra y la publicó como la n.º 4.
[1] Durante muchos años recibió el subtítulo ocasional de Sinfonía "inglesa" ya sea por haberla presentado al recibir un título honorífico por la Universidad de Cambridge o porque su primera edición fue realizada por una editorial londinense.
En cuanto al material temático, la obra está marcada por un estilo cantabile cuyos contornos claros y progresiones en gran parte diatónicas son más típicos de un tipo de melodía vocal que instrumental.
Comienza con un hermoso solo de violín muy típico y acaba con una atmósfera reservada pero gozosa.
Dvorák escandalizó a los puristas escribiendo un movimiento de vals, como había hecho un año antes Chaikovski en su Sinfonía n.º 5.
Se trata de un vals eslavo, una graciosa danza en 3/8 y en sol menor, cuyo trío en sol mayor se presta aún menos a los bailes de salón aunque sea una danza.
Arranca con una fanfarria de trompeta, que evoluciona hacia una hermosa melodía a dos voces en los violonchelos cuyas mitades se repiten y luego cuatro variaciones, todas en sol mayor.
El trío es una marcha a tres voces en do menor, tras la cual vuelve la fanfarria con cuatro variaciones más.
La prensa británica presentó a Dvořák como el único compositor vivo que podía ser nombrado legítimamente sucesor de Beethoven:[1] Dvořák describió sus experiencias del concierto a su amigo Václav Juda Novotny:[1] Tras el estreno vienés, Richter informó de inmediato a Dvořák del éxito: "Sin duda le habría entusiasmado esta interpretación.
Todos pensamos que se trata de una obra soberbia, y por eso nos entusiasmó tanto.
El crítico musical austríaco Eduard Hanslick escribió sobre la pieza en Neue freie Presse 6 de enero de 1891:[1] En la actualidad esta sinfonía se programa con frecuencia, aunque no tan a menudo como la famosa Sinfonía del Nuevo Mundo.