Hay unanimidad respecto al concepto templar en tauromaquia, en cuanto a su sentido general.
[4] Es decir, que optan decididamente por dar un mayor alcance al contenido del tecnicismo taurino temple: la cualidad de la lentitud.
Al ir avanzando en ese camino toreros como Lagartijo, Frascuelo y particularmente Guerrita, que a su vez influían en sus coetáneos, también se fue progresando en la necesidad de templar (aunque no se acuñara aún como término), que culmina ya en el siglo XX con Joselito el Gallo.
[9] Debe pues entenderse que para desarrollar este artículo sea necesario recurrir frecuentemente a la tauromaquia belmontina.
Apunta aún Nieto Manjón otro sustantivo derivado de templar: "En menor medida se ha empleado, con el mismo significado, la palabra templanza".
[18] José Carlos de Torres difiere de Nieto Manjón en cuando a los tiempos del canon al definir el verbo: "Como segundo tiempo del parar con el engaño, atemperar la acometida del toro procurando hacerla lo más lenta posible; en los bichos broncos y agresivos, acompañarla con el fin de hacerla lo más armónica posible.
Se ciñe a la definición del toreo que da Belmonte: "parar, templar y mandar".
[19] Finalmente Andrés Amorós, que no escribe un diccionario al uso, con pretensión exhaustiva, sino seleccionando terminología clave y explayándose en ella, aporta lo siguiente: El temple consiste en acomodar el movimiento de los engaños a la velocidad del toro a lo largo de toda la embestida.
No tuve ningún percance serio, y mi entusiasmo por el toreo fue creciendo de corrida en corrida, hasta llegar al final de la temporada con el mejor temple y vibrando con un diapasón altísimo".
Él replicaba: "Pues a guardar reposo continuado entre corrida y corrida [...] Sostenerse en pie es, al fin y al cabo, la única fuerza que le hace falta al torero [...] los únicos que han de moverse son los brazos, y tan lentamente, que no cabe pensar en el cansancio".
[29] Respecto a la relación del temple con la lentitud, el propio Belmonte dejó aclarado: "Puedo decir, sin jactancia, que muchas, muchísimas veces, cité, más que con el capote o con la muleta, con la llama viva de mi concepción del arte; y que, citando así, toreé despacio y limpio a toros fuertes y rápidos.
Era pues, éste el que se ponía a mi son, y no yo al suyo".
[31] Esa opción general puede explicar que su visión personal, como torero, del temple, difiera tanto del torero de Triana como traslucen los siguientes renglones, que afectan de lleno al debate aludido en la entrada de este artículo sobre la relación entre temple y toreo despacioso: "Juan Belmonte, el gran revolucionario del toreo moderno, toreaba muy lento porque, en cierto modo, no tenía otro remedio.
Para mí el temple supone, básicamente, adaptarse a la velocidad del toro.
Siempre que el toro la toca, al final de una suerte, es que se ha realizado de modo imperfecto, no le ha dado tiempo al torero para redondearla [...] Podríamos sacar de aquí una conclusión muy simple: hay que fijarse mucho más en cómo se remata la suerte, no solo en cómo se inicia".
Es bien sabido que Domingo Ortega asumió la trilogía de Belmonte pero añadiendo una cuarta regla: "parar, templar, cargar y mandar", aunque el nuevo principio (cargar la suerte) lo daba por incluido en la propia intención de Belmonte, dentro del concepto mandar.
[35] Por su parte, Rafael Ortega, que ha llegado a ser considerado "torero de la más pura tradición clásica",[36] añadía un nuevo elemento al axioma de Belmonte, adelantándolo a los demás: "Lo que yo veo, para hacer el toreo puro, es esta continuidad: citar, parar, templar y mandar, y a ser posible cargando la suerte".
Así, afirma la importancia del ayudado por bajo para ahormar al toro: "Al principio de la faena el toro viene más violento y no se le puede templar como cuando ya está metido en la muleta".
[39] Antonio Bienvenida asegura decididamente que el temple significa lentitud, es decir, conseguir refrenar a la res. Lo hace transmitiendo una experiencia biográfica muy significativa: "Templar es la capacidad que tienen algunos, pocos, toreros para frenar, digámoslo así, la embestida del toro, algo inefable, pero existente.
Todos sus toros iban toreados con tanta precisión [...] Por milímetros se podía medir la distancia de los ojos del toro al capote o a la muleta, [...] y como no había tirón violento que cortase el movimiento instintivo del toro, este seguía su movimiento inicial, mantenido por el temple, por la suavidad con que se movía aquello que perseguía [...] En conservar las distancias está, precisamente, el secreto del temple.
[46] El mismo Clarito piensa que, "merced al precepto belmontino", el capote "suaviza -templa- al toro la aspereza de sus primeras embestidas", consiguiendo, como él mismo dijo una vez de Antonio Márquez, que "entre huracán y salga brisa, entre león y salga cordero, entre loco y salga cuerdo".
Tuvo dos apodos taurinos que se usan indistintamente: Curro Puya y Gitanillo de Triana.
Ayuda a ello Guillermo Sureda: "¿Por qué se dice que Curro Puya, aquel inolvidable Francisco Vega de los Reyes, ha sido el mejor veroniqueador de la historia del toreo?
Corrochano pudo escribir este título: «Dime, Curro, ¿se te para el corazón cuando toreas?»".
Sureda lo plantea así: "Unos cuantos hombres pueden torear más lentamente que otros, y eso frente a un mismo toro, casi en el mismo instante: por ejemplo, en el tercio de quites".
[51] Cita Sureda también a Ramón Pérez de Ayala, que dejó escrito en Política y toros: "Belmonte es la emoción.
Y su definición de temple incluye la idea de lentitud: "Entiendo que «templar» es armonizar, hacer concorde, poner al mismo ritmo el movimiento del engaño y la embestida del toro.
[61] Por otro lado, en un capítulo dedicado a Domingo Ortega, transcribe las palabras del gran torero estudiado supra: "El toreo es también temple, que está en la palma de la mano.
Y sigue Vidal: ""A juicio de Ortega, el mejor fue Curro Puya.
Y entre los de la posguerra, Antonio Bienvenida: «Este muchacho tenía un gran sentido del toreo»".