Los firmantes fueron el general Jules Aimé Bréart, el cónsul Théodore Roustan, el regente tunecino Sadok Bey y el gran visir Mustafá ben Ismaíl.
Por añadidura, Túnez se encontraba entre la Argelia francesa —colonia desde 1830— y Libia, de la que Italia deseaba apoderarse.
[8] En cuanto la noticia de la rendición de El Kef llegó en París, se ordenó al capitán del acorazado La Galissonnière que se dirigiese a Bizerta acompañado por la cañonera Le Léopard y los acorazados La Surveillante y Alma.
Le comunicó igualmente la orden de dirigirse a La Manouba donde Roustan deseaba verlo.
[14] Para evitar sorpresas, el cónsul había pactado con Taieb Bey, hermano del monarca que estaba dispuesto a firmar el tratado si se le entregaba el trono; este esperaba la orden en su palacio de La Marsa.
Junto a estos estaban presentes otros seis dignatarios tunecinos: el gran visir Mustafa ben Ismaíl, el ministro y consejero Mohammed Jaznadar, el ministro de la Guerra Ahmed Zarruk, el consejero del Ministerio de Asuntos Exteriores Mohamed Baccush, el alcalde Mohamed Larbi Zarruk y el ministro de la Pluma Mohammed Aziz Buattur.
En consecuencia, a siete de la tarde, el bey, Mustafá ben Ismaíl, Bréart y Roustan firmaron el tratado.
[14] Sadok Bey únicamente solicitó al general que alejase sus tropas de Túnez.
Bréart evitó acceder a la petición hasta haber podido consultar con París.
En recompensa, el soberano tunecino otorgó al oficial francés el gran cordón de Nīshān al-Iftikār.
Georges Clemenceau intervino entonces para anunciar su oposición a un tratado que validaba la intervención en Túnez, cuando la partida que se había aprobado era únicamente para una operación de mantenimiento del orden en Krumiria.
[19] A pesar de estas reservas, el tratado fue ratificado; en la votación hubo cuatrocientos treinta votos a favor, ochenta y nueve abstenciones y un voto contrario, el del diputado Alfred Talandier.
El Reino Unido, eterno rival de Francia, usó la intervención francesa en Túnez para justificar la propia en Egipto.
Jules Ferry no se benefició durante mucho tiempo de este triunfo, pues los diputados no le perdonaron que les hubiese metido en una guerra de conquista cuando lo que habían aprobado originalmente era simplemente una expedición punitiva.
Los nacionalistas tunecinos utilizaron luego esta ambigüedad para reclamar la aplicación estricta del Tratado del Bardo; según ellos, las convenciones de La Marsa habían corrompido el sentido que en este se había dado al protectorado.