Por entonces el aragonés era un artista reputado en la corte y se había forjado ya una buena imagen ante los círculos pudientes madrileños.
En ellos solía moverse Goya, que contaba entre sus amistades a ilustrados como Leandro Fernández de Moratín y Juan Meléndez Valdés.
Goya puede probar aquí sus conocimientos de lo Sublime Terrible, corriente definida años atrás por Mengs.
[3] Pero sobre todo existe la violencia en estos cuadros, difiriendo drásticamente de la atmósfera inofensiva que se respira en los cartones.
El primer cuadro que hace referencia a esta faceta del pintor es El albañil borracho.
En toda la serie prevalecen los temas rurales, tranquilos y amables, a semejanza de los cartones.
[4] Se presenta el mismo escenario que Goya planteó en sus obras para la Real Fábrica: la ribera del Manzanares y sus alrededores.
Por primera vez el artista introduce en sus cartones —que hasta entonces eran composiciones alegres y festivas— una nota alusiva a los «peligros», lo que hace suponer que el pintor ya no cree en el pintoresquismo vigente y desea separarse de las costumbres impuestas en los cartones.
Pero aquí, como en toda la serie, la pincelada es más vigorosa y no ahonda en los detalles, a diferencia de los tapices.