Generó una sociedad compuesta mayoritariamente por familias de marineros que diversificaban sus actividades: eran pescadores, comerciantes, armadores, prestamistas, transportistas, agricultores, artesanos… Sobre esta amplia base social, el «común», se erigía un patriciado urbano controlado por cuatro grandes clanes nobiliarios (La Obra, Pelegrín, Villota y Cachupín) que hegemonizaban el poder político (el Regimiento de la villa).
Para ello hubo de afrontar dos grandes obstáculos: Por un lado, asegurarse unas apropiadas comunicaciones terrestres que garantizaran la exportación del producto pesquero.
Por otro lado, fundamental fue igualmente para el desarrollo de la villa lograr un puerto moderno y adecuado, puesto que la dársena medieval había quedado inutilizada por la saturación de arenas, y las diferentes propuestas planteadas desde el siglo XVIII (reformas o nuevo puerto) no se habían materializado.
La fuerza de las galernas, sin embargo, dañó sucesivamente las obras y obligó a alteraciones del proyecto, hasta ser definitivamente abandonado en 1873.
Las especies capturadas se orientaron hacia la demanda conservera: merluza, sardina, bocarte, bonito y besugo, convirtiéndose la anchoa en el producto estrella a partir de los años 1920.
El boom turístico de los años 1960 cambió radicalmente a Laredo, económica, social y culturalmente.
Desbordado el núcleo formado por la Puebla Vieja y el Ensanche, una pantalla de torres se extendió en paralelo a la media luna formada por la playa, sobre terrenos municipales (abandonados por el mar) previamente privatizados, hasta alcanzar el Puntal, frente a la desembocadura del Asón.
Modelo constructivo que durante los años setenta y ochenta se extendió hacia el núcleo laredano, alterando el antiguo trazado del Ensanche.
Cambios que obligaron a presentar una oferta turística más amplia y de mayor calidad: turismo cultural, rural, gastronómico...