El nacionalismo español desde sus orígenes ha atravesado diversas etapas que coinciden con la historia política de España durante los siglos XIX, XX y XXI.
[7] Así, el término «España» no tenía un significado político sino que era utilizado con un sentido geográfico equivalente al conjunto de la península ibérica.
[10] Sin embargo, se desconoce cuál sería el alcance social y territorial de esa identidad prenacional española.
[15][16] En la misma obra hacía constar que los catalanes compartían las virtudes atribuidas a «tota la nació espanyola, de la qual son part, causa y membre tant principal com ninguna altra Provincia».
Se puso en marcha así un Estado centralizado que seguía en gran medida el modelo del absolutismo francés, a la par que se crearon instituciones de ámbito español como la Real Academia Española (1713) o la Real Academia de la Historia (1738).
[26] Y al mismo tiempo las identidades prenacionales subestatales perdieron fuerza, aunque en absoluto desaparecieron, debido fundamentalmente a que las elites de esos territorios fueron adoptando en mayor o menor medida la identidad prenacional española al beneficiarse del progreso económico e intelectual impulsado por la Monarquía y del comercio con el Imperio español en América, como fue especialmente evidente en Cataluña.
El basamento teórico de la idea de España como comunidad política seguía fundamentándose en la lealtad dinástica, la religión católica, la vecindad y la identificación con la institución monárquica (es decir, el cuerpo social, jurídico y político situado bajo la autoridad del monarca)».
Así por ejemplo en las relaciones diplomáticas que mantuvo el gobierno de Carlos IV con las autoridades revolucionarias francesas antes de la guerra se rechazó con insistencia que la otra parte usara la expresión «nación española» porque eso cuestionaba el poder absoluto del monarca.
[33] Menos problemático resultó el uso del término patria para los defensores de la Monarquía absoluta frente a la amenaza revolucionaria.
[36] Existe un amplio consenso entre los historiadores en situar en la llamada posteriormente Guerra de Independencia el nacimiento del nacionalismo español.
[38] Así la historiografía liberal posterior convirtió a la guerra en el mito fundacional de la «nación española».
Así, por ejemplo, el diputado Diego Muñoz Torrero dijo: «Estamos hablando como si la nación española no fuese una, sino que tuviera reinos y estados diferentes.
Así España era definida en términos orgánico-historicistas según los cuales poseía una esencia histórica y un espíritu propio que se remontaba a épocas muy antiguas.
En esta concepción también se asumían los estereotipos elaborados por los viajeros extranjeros ―especialmente los románticos franceses y británicos― sobre el «carácter español», patente por ejemplo en la Carmen de Prosper Mérimée.
En Los españoles pintados por sí mismos (1843-1844) el «patriota» es caracterizado por su afán de medrar y por su afición a las frases vacías, «tanto más aplaudidas cuanto menos entendidas».
Lo que no sucedió en España con las lenguas diferentes del castellano (catalán, gallego y euskera) cuyo uso continuará siendo muy amplio en sus respectivos territorios, sobre todo entre las clases populares.
[82] Cuando por fin se acordó conceder la autonomía a Cuba y Puerto Rico esta llegó demasiado tarde.
Para Ortega la nación española era un «proyecto histórico» y una comunidad de destino definida esencialmente por Castilla.
Hablar la «lengua de España» era condición «necesaria e indispensable para ser español», decía el diario conservador ABC en 1919.
La intercomunicación entre las lenguas ibéricas en el pasado cimentaría la propensión a la unidad política posterior, por la similitud de un mismo carácter nacional».
A esa nueva fórmula se le llamó «Estado integral, compatible con la autonomía de los Municipios y las Regiones».
[111] Por otro lado en la Constitución de 1931, posiblemente para no soliviantar a los nacionalismos periféricos, se omitió la expresión «nación española» para designar al sujeto de la soberanía y se utilizó en su lugar el término «el pueblo» del que emanaban todos los poderes.
[137] Además de no conseguir el objetivo de hacer desaparecer completamente las identidades «nacionales» diferentes a la española, la política «renacionalizadora» franquista, que sirvió para justificar la propia Dictadura y sus actos, provocó el efecto contrario al deseado a medio y largo plazo entre los sectores de la población «desafectos» al régimen: la deslegitimación social del nacionalismo español al identificar todo nacionalismo español con franquismo.
[140] Esta invisibilidad del nacionalismo español se debe, según Núñez Seixas, a tres razones fundamentales.
(…) Eso no es óbice para que se enfrente a los nacionalismos subestatales cuando éstos intentan traspasar los límites descentralizadores marcados por la actual Constitución».
[145] En la transición se acabó adoptando con algunas variantes el modelo territorial híbrido ―ni centralista, ni federalista― del Estado integral de la Segunda República Española.
[153] En el discurso del nacionalismo español posterior a 1975 se pueden distinguir dos grandes tendencias: derecha e izquierda.
Poco después se instalaba una gigantesca bandera española en la madrileña plaza de Colón, una iniciativa que fue seguida por numerosos ayuntamientos gobernados por el PP.
Si algo parece imperar en las principales variantes del discurso patriótico español en la actualidad, es una búsqueda de un futuro en el pasado.
La definición monocultural de la nación española también tiene como consecuencia el rechazo radical al multiculturalismo y la crítica a la sociedad abierta.