Otras participaron en las cocinas colectivas construidas para alimentar a las/os militantes del movimiento estudiantil.
Susana Rivas, militante del movimiento, matiza esta tarea recordando que: “Sí, cocinar era nuestra función y lo hacíamos bien.
Algunas también tuvieron un papel activo en las asambleas de las facultades, aunque, como recuerda Rosa Bañales, tenían que enfrentar el machismo de algunos compañeros que les chiflaban o gritaban cosas cuando intentaban hablar; o como recuerda Carla Martínez, enfrentarse al descrédito de sus compañeros.
[16] También contribuyeron mujeres organizadas en sus sindicatos, oficinas, barrios y colonias, ya que el movimiento era también de carácter popular.
[17] La diferencia de género era muy significativa en el movimiento puesto que los hombres, por el simple hecho de ser hombres, tenían un papel más activo que las mujeres.
Varias de las participantes del movimiento, como Rafaela Morales, Elena Castillo o Gloria Jaramillo, han hecho notar que enfrentaron "la oposición por parte de su familia, así como el autoritarismo que existía tanto en las escuelas como por parte del Estado, y en fin, a todo un sistema patriarcal".
[2] Otra desventaja se desarrolló en la práctica política, mientras que los varones participan en un terreno conocido y masculinizado, para muchas mujeres ésta fue su primera experiencia fuera de la esfera doméstica.
Además, es posible consultar la serie de testimonios en la colección digital M68 Ciudadanías en movimiento.