Deslegitimado el racismo científico después de 1945, aunque en España tuvo su prolongación durante la dictadura franquista, adoptó nuevas formas como el racismo cultural dirigido a la población inmigrante o a la población gitana.
Proviene de la aplicación del término «raza» en otros contextos, como lo recoge el humanista Antonio Nebrija en su Diccionario (1495) cuando traduce la locución latina panni raritas como «raça del paño», es decir, una rareza o defecto en los paños, expresión muy utilizada por el gremio de sastres.
Lorenzo Franciosini, posiblemente inspirado en Covarrubias, desarrolló en su libro Vocabolario español, e italiano una definición que pone de manifiesto la cercanía entre «limpieza» y «raza» de la siguiente manera: «Limpio: es a veces utilizado en España.
Parecía como si la religión verdadera debiera ser protegida excluyendo a los conversos de todos los cargos importantes».
«Por todas partes, las familias se dedicaron a establecer su ascendencia para afirmar mejor su posición social.
Los nuevos cristianos, mediante el recurso a la falsificación, intentaban borrar las huellas del pasado de sus ancestros».
[11] Según Max Sebastián Hering Torres, «por primera vez en la historia europea se utilizan los criterios "raza" y "sangre" como estrategia de marginación.
Moralistas como Torrejoncillo no duda en afirmar [en Centinela contra judíos] que el judaísmo se define con base en la "sangre", sin importar que la conversión al cristianismo hubiera tenido lugar hace veintiuna generaciones».
[25][26][27] Conseguida la aprobación del rey, Ensenada puso en marcha un gran operativo minuciosamente preparado.
El resto seguirían recluidos en los arsenales (los varones) y en las casas de misericordia (las mujeres).
De hecho en la Instrucción incluyó un nuevo caso al que se le podía aplicar la pena de muerte: «al que huyere, sin más justificación, se le ahorcará irremisiblemente».
[37] Aunque fracasó el plan de acabar con «tan malvada raza» —«Estas gentes que llaman gitanos no tienen religión; puestos en presidio se les enseñará y se acabará con tan malvada raza», había afirmado Ensenada—[38] el daño causado por la «Gran Redada», según Manuel Martínez Martínez, del Instituto de Estudios Almerienses, fue «incalculable, pues causó una profunda brecha entre ambas comunidades [gitanos y no gitanos] y acentuó la pobreza y la marginalidad de una colectividad étnica que prácticamente en su totalidad se hallaba asentada y en proceso de completa integración».
[35] En sus viajes por España en la década de 1830, el predicador protestante inglés George Borrow conectó con las comunidades gitanas, cuya lengua y costumbres estudió.
En cuanto a su situación legal, comparándola con la de otros países, hizo la siguiente apreciación:
Según Gonzalo Álvarez Chillida, la recepción en España del racismo científico, entendido como una doctrina "que afirma la determinación biológica hereditaria de las capacidades intelectuales y morales del individuo, y la división de los grupos humanos en razas, diferenciadas por caracteres físicos asociados a los intelectuales y morales, hereditarios e inmutables" y que "afirma también la superioridad intelectual y moral de unas razas sobre otras, superioridad que se mantiene con la pureza racial y se arruina con el mestizaje", lo que "conduce a defender el derecho natural de las razas superiores a imponerse sobre las inferiores", tuvo ciertas dificultades para abrirse paso en España debido a lo arraigada que estaba la concepción casticista del español, definido en contraposición al "moro" y al "judío" entendidos no como "razas" sino como linajes de origen religioso.
[39] Sin embargo España no quedó al margen de las nuevas ideas "racialistas" que se estaban desarrollando en el resto del continente europeo.
Esta "solución" al problema del origen de la "raza española" explicaría la poca insistencia que hubo entre los nacionalistas españoles en profundizar en dos aspectos fundamentales del racismo: la pureza racial y la superioridad de los arios sobre las demás razas.
Este no fue el caso de los nacionalismos vasco, catalán y gallego que emergieron a finales del siglo XIX.
El más importante lo protagonizó el psiquiatra militar Antonio Vallejo-Nájera[45] con su propuesta de «higiene racial» para formar una «aristocracia eugenésica» de la «raza española», definida con «índices biopsíquicos» por su espíritu cristiano, cuyos "puntos cardinales" son «estimular la procreación de los superdotados física y psíquicamente; favorecer el desarrollo integral del niño y del joven; y crear un medio ambiente favorable para la raza selecta».
Así, no es partidario de la educación de los hijos de los obreros, con alguna excepción, porque su «genotipo contiene incrustadas tendencias difícilmente eliminables en la primera generación», y desaconseja que tengan descendencia los «tipos biopsíquicos indeseables»: criminales natos, psicópatas, amorales, vagabundos, anormales sexuales, prostitutas congénitas, etc. Con la "higiene racial" se lograría formar «una supercasta hispánica, étnicamente mejorada, robusta moralmente, vigorosa en su espíritu [cristiano]».
Esta visión era compartida por Vallejo-Nájera que también interpretó la guerra civil en clave racial: «Hoy como durante la Reconquista, luchamos los hispano-romano-godos contra los judeo-moriscos.
[48] Bajo la influencia del racismo nazi hubo literatura sobre eugenesia a principios de los años 1940 (tema que, por otra parte, tampoco estaba ausente de la reflexión intelectual en la Europa nórdica y Estados Unidos) en la que destacó también el psiquiatra militar Vallejo-Nájera.
[51] Asimismo, coincidiendo con la Segunda Guerra Mundial, el régimen franquista recurrió a la retórica antisemita en sintonía con los aliados alemanes y que buscaba precedentes en la españolidad entendida como raza identificada con el cristiano viejo y la limpieza de sangre del pasado inquisitorial.
Este es el fundamento del "racismo separatista visceralmente antiespañol" —como lo llama el historiador Gonzalo Álvarez Chillida— de Sabino Arana, que ve en peligro la salvación de los vascos a causa de la "invasión maketa" —los obreros españoles que están emigrando a Vizcaya a trabajar en sus industrias y en sus minas— porque el contacto con el maketo —«irreligioso e inmoral», «pestífera influencia», cuyos frutos son «criminalidad, irreligiosidad, inmoralidad, indigencia, enfermedades»— extravía al vasco y lo lleva a la impiedad y al pecado.
No se produjo ningún muerto, aunque hubo veintidós heridos (siete inmigrantes, nueve policías y seis ejidenses).
Por otro lado, el motivo menos prevalente —creencias religiosas e indumentaria— supera la media cuando se trata de población indo-pakistaní (45%) y magrebí (56%)».
En su investigación Solé había concluido que, en España, «la población activa inmigrante extracomunitaria sufre una discriminación negativa en comparación con los trabajadores autóctonos, tanto en el acceso al empleo como en las condiciones laborales, independientemente de su nivel educativo, titulación o experiencia laboral previa».
«Mientras los inmigrantes no puedan superar esta vulnerabilidad en el mercado laboral, su integración socioeconómica será imposible», apuntaba entonces Carlota Solé.
No era la primera vez que Vinicius sufría insultos racistas en un estadio de fútbol.
Nótese también, por su interés, lo que el doctor Vallejo-Nájera escribía en su obra “La locura de la guerra.