Con un físico no tan agraciado, considera estar condenada al celibato hasta que, en 1844, se casa por poderes en Nápoles con el joven emperador Pedro II de Brasil.
Discreta y piadosa, lleva una vida relativamente retirada, en la que la educación de sus hijos tiene un lugar preponderante.
Se interesa además por el mosaico y decora con ellos los jardines del palacio de São Cristóvão.
Las casas reales consultadas se mostraron prudentes, ya que temían, sin ninguna duda, que Pedro II iba a desarrollar la misma personalidad de su padre, el emperador Pedro I, conocido por su inconsistencia y sus numerosas relaciones extramaritales.
No obstante, debido a que su familia era bastante vasta, por lo tanto no le podía asegurar más que una dote mediocre, y a que ya tenía más de 20 años (edad avanzada para casarse en la época), Teresa Cristina apenas tenía esperanzas en contraer matrimonio y la perspectiva de casarse con un emperador no podía ser desestimada tan rápido.
[27] Teresa Cristina y Pedro II tenían cierto grado de consanguinidad,[Nota 2] por lo que fue necesaria una dispensa papal del papa Gregorio XVI para llevar a buen término los acuerdos matrimoniales.
Ante este gesto impetuoso, la multitud carioca aclamó a su emperador y dispararon al aire de forma ensordecedora para saludarlo.
Sin embargo, esto no fue recíproco y Pedro II se mostró abiertamente decepcionado por la apariencia física de su prometida.
[6][7][8][9][38] A los ojos del soberano, Teresa Cristina era una «niña vieja» que aparentaba más de 22 años.
[6] En todo caso, Pedro II abandonó el navío de la princesa rápidamente y esta se encerró en su camarote.
Haré todo lo posible para vivir de tal manera que nadie se lleve a engaño por mi carácter.
[12] Sin embargo, la realidad era bastante diferente: el emperador sentía una aversión hacia Teresa Cristina y no tenía ningún deseo en consumar su matrimonio.
Ante el rechazo de su esposo en acostarse con ella, la emperatriz acabó por pedirle un permiso para volver a Italia.
Afectado por el dolor que sentía su mujer, Pedro II consintió finalmente en tener relaciones sexuales con ella.
En la época ella era la heredera presunta del soberano y tenía prohibido abandonar el país.
Deseoso por asegurar la sucesión imperial, el gobierno brasileño ansiaba encontrarle un esposo a la princesa y la llegada del conde de Aquila fue vista con buenos ojos.
Además, los dos jóvenes se enamoraron rápidamente y el conde de Aquila volvió deprisa a Nápoles para pedirle a su hermano, el rey Fernando II de las Dos Sicilias, la autorización para casarse con Januaria e instalarse en Brasil.
[51] Este grupo ejerció una gran influencia en el soberano y no quería compartir su poder con los recién llegados.
[53] Aunque la relación de la pareja imperial era tensa en un primer momento, Teresa Cristina se esforzó, durante su matrimonio, en ser una buena esposa.
Tras algún tiempo, los dos esposos descubrieron intereses comunes y el amor que sentían por sus hijos creó una especie de felicidad familiar.
Cuando ejerció el poder por sí mismo, su trabajo se volvió más eficaz y su imagen pública mejoró.
Muy reservada, daba a aquellos que tenía cerca la sensación de estar siempre algo triste.
Si el emperador trataba a su esposa con dignidad y no ponía en peligro su posición, la emperatriz debía guardar silencio sobre las relaciones extramatrimoniales, reales o imaginadas, de su marido.
[70] Teresa Cristina no era una «mujer dócil»: su correspondencia, como la de su familia con ella, muestran, por el contrario, que podía llegar a ser colérica y dominante en la esfera privada.
Al no tener ningún motivo para quedarse en la corte, la joven abandonó Brasil en marzo de 1865 y volvió a Francia con su marido.
[99] Sin embargo, su desembarco en Portugal coincidió con las ceremonias de coronación del rey Carlos I de Portugal y el gobierno no tardó en hacerle saber que un soberano caído en desgracia no era deseado en la capital en ese momento.
Aunque esperaban poder entrar un día en el país, Pedro II y Teresa Cristina fueron informados de su exilio definitivo.
Algunos días más tarde, tuvo un nuevo ataque de asma nocturno, pero, como no tenía fiebre, el emperador salió a dar un paseo por la ciudad.
El periódico republicano Gazeta de Notícias escribió así en su esquela: «Quien era esta santa mujer, no es necesario repetirlo.
[117] El Jornal do Commercio escribió: «durante 46 años Teresa Cristina ha vivido en la madre patria brasileña que ella ha amado sinceramente y, durante todo este tiempo, por todo este vasto país, su nombre solo ha sido pronunciado en loas o en palabras de reconocimiento».