[1] Dos sistemas filosóficos en particular, que se presentan expresamente como filosofías inconscientes, la de Carl Gustav Carus y la de Eduard von Hartmann, tienen filiaciones directas con estas metafísicas, cuyo punto común es concebir el mundo, o la naturaleza, como el producto o desarrollo de un solo principio: el «fondo oscuro» (dunkler Grund o Ungrund) para Schelling, la voluntad para Schopenhauer.
Lo sensible viene en último lugar, el subproducto más degradado del que nada puede emanar.
Como las memorias así buscadas no pueden ser virtualidades puramente teóricas, son inclinaciones eficaces que testimonian la presencia misteriosa de Dios en el alma, así como su acción interna en el fondo de ella.
También, cuando Agustín exclama ante la profundidad del «abismo interior», no es para él sólo una figura retórica sino la expresión entusiasta de este reconocimiento.
[23] Este retorno del pensamiento místico influyó fuertemente en el gran movimiento romántico y en la escuela idealista alemana.
[30] El espíritu del hombre esconde así en Paracelso niveles más profundos y efectivos que aquellos donde opera la razón.
Pero es paradójicamente rebajándose al nivel más profundo de la propia persona que se da el verdadero conocimiento.
Por lo tanto, el conocimiento universal e íntimo del mundo se produce no cuando uno se dedica a un razonamiento controlado o a una reflexión consciente, sino en el sueño, en un estado de trance estimulado por una voluntad oscura que produce imágenes cargadas de significados.
Este principio negativo absoluto, a la vez irracional y universal, inspirará dos siglos más tarde la aproximación romántica al inconsciente, en particular a través de la lectura que de él hagan Baader, Schelling, Schopenhauer y, más particularmente, Hegel.
Fue el primer pensador moderno en desarrollar una concepción de la mente que la convierte en una realidad oscura, elusiva desde dentro pero aún activa.
Son como elementos de la razón divina, en que las verdades aparecen entonces en la mente del hombre, dando origen a las ideas.
Las ideas remiten a un fondo de seres inteligibles cuya presencia comunican y que reside en Dios.
Está de acuerdo con los cartesianos «cuando dicen que el alma siempre piensa», porque «una sustancia no puede estar sin acción».
[79] En el nivel más bajo se acumulan pequeñas percepciones sin dar lugar a una verdadera integración.
[81] Sin embargo, son percibidos, en cierta medida, por el sujeto, porque le permiten diferenciar finamente los aspectos de su entorno perceptivo.
Aunque inmediato, sólo podemos tomar conciencia de él indirectamente, a través del análisis y la reflexión.
[89][90] Así, dos ideas de la misma fuerza que entren en conflicto verán cada una reducida su intensidad a la mitad.
[91] Esta tesis le permite concebir una actividad inconsciente de la mente cuya realidad puede ser deducida por procedimientos matemáticos.
[96] Schelling afirma en este sentido en un ensayo de 1794 titulado Del yo como principio de la filosofía (Vom Ich als Princip der Philosophie oder über das Unbedingte im menschlichen Wissen): «Mi ego contiene un ser que precede a todo pensamiento y representación».
Para él, se trata de forjar una noción que permita concebir la unidad profunda o la identidad subyacente del Espíritu (Geist) y la Naturaleza (Natur).
[105] La historia y el futuro del hombre no tienen otra función que restaurar esta unidad.
[105] Pero retrasada por la resistencia del Grund, que se manifiesta en todo comportamiento irracional o inconsciente, la conciencia humana debe atravesar largas aventuras antes de entrar en la convalecencia espiritual y encontrar finalmente la unidad perdida.
Mucho más significativos para Schelling son los impulsos inconscientes (Triebe) que forman la base de la personalidad.
Schelling luego traduce esta idea a términos filosóficos modernos, liberándola así de su marco gnóstico y místico original.
[111] Es en esta forma desencantada que el inconsciente psicodinámico termina convirtiéndose en un tema principal de la psiquiatría a fines del siglo XIX.
[115][116] El monismo del ser absoluto implica así al menos una forma aparente de dualismo.
Nos conecta con el resto del mundo, y en particular con nuestros semejantes, aunque este vínculo es, por definición, imperceptible.
[134] Publicado en su primera edición en 1869, desarrolla una concepción monista del mundo basada en un solo principio, tanto psicológico como metafísico.
Este libro establece definitivamente el adjetivo sustantivado das Unbewusste («inconsciente») al rango de sustantivo pleno.
Este principio inconsciente se distingue de la conciencia no por su naturaleza, sino por su estructura, que une indisolublemente la voluntad y la inteligencia.